viernes, 25 de agosto de 2017

Jueces en la noche



Continúo con Buero Vallejo, que ahora me regala su Jueces en la noche, que leo en la edición crítica de los doctores Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco (Espasa-Calpe, Madrid, 1994). La fabulación no puede ser más sobrecogedora, y me hace ver que todos, de un modo u otro, vivimos traicionando. A veces, traicionamos a los demás (como en el caso patético y cruel de Juan Luis); a veces, nos traicionamos a nosotros mismos (como en el caso de Julia, que se abandona muy pronto a la comodidad muelle de su vida burguesa, y olvida las inquietudes hermosas y solidarias de su ya lejana juventud); y a veces, son los demás quienes creen que los hemos traicionado, sin que por nuestra parte haya existido el más leve atisbo de tal comportamiento (como ocurre en el caso de Fermín, mártir de su conciencia, muerto silente al que Juan Luis ha envilecido con sus mentiras y Julia con su desprecio).

En verdad, toda la obra es un delicado equilibrio de traiciones y de medias verdades hipócritas, que se entrecruzan en un período político bastante delicado. Fermín, ultimado por unos policías salvajes, que han acallado su grito de libertad, se erige como alta figura épica de la pieza, redimido de iniquidades y manchas. Es el único de los personajes de la obra que se ha mantenido a salvo de las salpicaduras innobles que el mundo prodigó sobre los demás: la muerte lo sublimó. Ginés Pardo, degenerado y brutal, ha refinado sus métodos, y ha querido encontrar justificantes “prácticos” para los mismos, adornándose con un histrionismo horrendo. Si sus semejantes se pudren hasta la médula, y obtienen de este fango unos beneficios económicos, políticos y sociales de bastante envergadura, ¿quién puede negarle a él el derecho de adquirir los mismos hábitos hipócritas y sangrientos (aunque lucrativos)? Julia ha sido ya deformada por las mentiras exteriores, es verdad, pero también por su propio conformismo, que la ha convertido en una mujer de moral sedentaria. Ha vivido ajena a su esposo, queriendo apartar las pupilas de sus fechorías mercantiles; pero eso no la exime de culpa, y ella lo sabe. Juan Luis, por fin, es el peor de todos. Mintió hace años a su mujer, destrozando la imagen ideal que ella tenía de Fermín (nadie puede vivir dichoso sin ideales), y eso la amargó; utilizó a Ginés Pardo como quien utiliza una herramienta en su taller de mezquindades; mintió a los electores, que lo consideran ahora un demócrata convencido, y que lo auparon en su día como hombre fiel al Régimen. Juan Luis es un trepa sin moralidad, y por eso mismo no resulta extraño que sus sueños estén habitados de víctimas. “Sé que no tengo futuro porque sólo veo el pasado”.


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