lunes, 27 de febrero de 2017

Trabajan con las manos



Salvador Dalí bautizó uno de sus cuadros con el tautológico título de “La persistencia de la memoria”, aludiendo a la vocación de perennidad que siempre incorporan nuestros recuerdos más significativos. Porque, en efecto, los seres humanos somos memoria, colección de instantes salvados del naufragio, biblioteca emocional donde el ayer nunca muere pero donde experimenta constantes transformaciones.
Pascual García (Moratalla, 1962) vuelve al ámbito de la lírica en su última entrega literaria, Trabajan con las manos, y lo hace para continuar hablándonos de su infancia; del paisaje abrupto en el que creció durante sus primeros años; del hogar cercado por un frío que a duras penas era mantenido a raya “con un lento acorde de brasas viejas” en la chimenea; de una vida sencilla y laboriosa en la que el aceite, el pan, el vino, el agua o los guisos calientes de la madre constituían tesoros apurados con unción; de un espacio puro donde la corriente del río, el olor de las aliagas, la lentitud de la nieve o las manos callosas del padre quedaron adheridos para siempre al alma del poeta.
Los lectores encontrarán en estas páginas, como siempre ocurre en los libros de Pascual García, adjetivos inesperados (“piedras ofensivas”, “pinos incrédulos”, “agua delicada”, “la ceniza honda del corazón”), comparaciones sorprendentes (“pálidos como animales sin tiempo”, “sabios como un anochecer tranquilo”) y versos que sobrecogen (“la fiera lenta del tiempo acechando”). Todos estos elementos, y muchos más, se tejen entre sí para formar un volumen sin fisuras, en el que el poeta gira alrededor de sus temas predilectos: el paso del tiempo, la Arcadia perdida, los ritos iniciáticos, la majestad incontestable y muda de lo sencillo.

Pasan los años y las décadas; llegan las canas, y los achaques, y las arrugas; y mientras sobrevivimos a las erosiones inevitables, nos van quedando en las estanterías los versos, los relatos, las palabras purísimas de Pascual García. Es su legado, su ofrenda y su testimonio, que siempre viene ilustrado con las imágenes vigorosas, expresivas y exactas de Francisca Fe Montoya, complemento indispensable del escritor. Decir que nos encontramos ante su mejor libro de poemas sería inexacto, porque no hay ninguno en su trayectoria que se desvíe de la perfección. Pascual García se construyó como poeta a base de lecturas, miradas y vivencias; y cuando finalmente cogió el papel y el bolígrafo ya era lo que ahora conocemos y disfrutamos: un clásico vivo.

sábado, 25 de febrero de 2017

¿Conoce usted al procesado?



En estos tiempos en los que, sobre todo, conocemos perfectamente a quienes no son procesados, resulta curioso leer esta novelita de Joaquín Belda, publicada en 1924 por los Sucesores de Rivadeneyra con ilustraciones de Garrido, que nos cuenta el juicio contra un hombre a quien se acusa de haber matado a su antigua esposa, Bárbara, y las dos hijas habidas en el matrimonio, Luz y Consuelo. La aparente gracia simbólica de los nombres se diluye de inmediato cuando se nos indica que todas han sido víctimas de la misma atrocidad: les han cortado la cabeza. No hay la más mínima pista, no hay móvil aparente, no hay sospechosos firmes.
Este arranque, digno de Edgar Allan Poe, nos conduce hasta un proceso judicial, en el que se producen interrogatorios confusos, casi delirantes (un abogado, por ejemplo, insiste en que si el acusado tomó, antes del crimen, un café solo en lugar de uno con leche, es más probable que estuviese el doble de alterado), que se resuelven de un modo científico (“No hay en el mundo más que la ciencia”, nos dice el narrador en la página 48): las pruebas demuestran que las tres mujeres utilizaron demasiada cantidad de un depilatorio fortísimo que, con su efecto corrosivo, quemó sus cuellos y separó las cabezas de los troncos.
En ese ámbito narrativo, Joaquín Belda aprovecha para deslizarnos sus ideas sobre la sociedad (“ese conjunto de hipocresías tan bien organizadas”) o sobre el viejo tópico de que el culpable siempre vuelve al lugar del crimen (“donde únicamente se torna es a las casas de préstamos por una ley fatal que parece presidir la vida del que una vez ha entrado en ellas”).

Una novelita ligera, coyuntural, con algunos rasgos de humor destinados a un público no demasiado exigente, y que se lee con extrema facilidad.

jueves, 23 de febrero de 2017

Aeternum



El premio Lazarillo de creación literaria para jóvenes ha sido, durante años, uno de los grandes referentes de este tipo en España. Al largo y brillante elenco de autores que aparecen como ganadores del mismo se sumó, en el año 2007, Miguel Ángel Mendo con su obra Aeternum, que salió al mercado editorial con ilustraciones de Javier Zabala y bajo el auspicio del potente sello Anaya. Pero conviene recordar que este autor (quien ya consiguió el premio Lazarillo en 1989 con su divertida Por un maldito anuncio) no es precisamente un recién llegado al mundo literario español: ha publicado en editoriales de la talla de Everest, SM, Bruño, Edelvives, Susaeta, Páginas de Espuma, Calambur y otros de igual importancia.
La propuesta que nos lanzó en Aeternum tiene como protagonista a un inmortal o eterno que lleva 415 años de vagabundeo por el mundo. A finales del siglo XVI, al cruzar la barrera de los 18 años, se dio cuenta de que era distinto a sus congéneres cuando, contra todo pronóstico, sanó de una peritonitis en el asombroso tiempo de tres días. Desde entonces no han dejado de sucederle estropicios y aventuras que ahora, con la ayuda de una pluma de faisán, redacta para los lectores españoles. Y lo hace con todo el gracejo y la mezcolanza verbal de quien ha atravesado épocas, lenguas y países. Como muestra se puede ver el modo disparatado en que intenta asesinar al general Franco el primer día de abril de 1949, aprovechándose de su condición de inmortal (no le teme a las posibles represalias de sus secuaces).

Una obra llena de sentido del humor, desarrollada con agilidad y donde se ofrece a los lectores más jóvenes una historia poco frecuente pero muy seductora.

martes, 21 de febrero de 2017

Perro mordedor



Contar la vida de un muchacho marginal exige un esfuerzo mayor del que, en un principio, pudiera pensarse. No basta con presentar a un desarraigado que se pasa el tiempo soltando tacos sin tregua o adoptando abruptas poses antisociales: hay que habitar dentro de la piel del personaje y construirlo con solidez desde el punto de vista familiar, sentimental, lingüístico y hasta psicológico. Ésa es la razón de que tantos, reacios a desplegar esa agotadora energía literaria, fracasen en el intento. Y es también la razón por la que Mario de los Santos (Zaragoza, 1977), con su novela Perro mordedor, obtuvo merecidamente el premio de narrativa joven Ciudad de Monzón.
Nos asomamos en sus páginas a la vida de un chico con graves problemas domésticos (mantiene una mala relación con su padre, que desenfunda la correa con más asiduidad de la aconsejable); que no desea seguir estudios y que tampoco logra encajar en el difícil mundo del trabajo (el desagradable capataz de la obra donde lo contratan se dedica a vejarlo continuamente); que participa en pequeños trapicheos con la droga, ayudado por su amigo Tato; y que consigue perros para un siniestro personaje llamado Fede, que controla el submundo de la zona. Pero como hubiera dicho otro Mario (Benedetti), he aquí que el amor, ese célebre informal, se aproxima al chico de la forma menos esperable: cuando está acechando para obtener un perro de grandes dimensiones descubre a su dueña, llamada Sara, que no pertenece a su órbita social; y sus ojos se encienden. Poco a poco, con una exquisita gradación literaria, la pasión y la complicidad surgirán entre ellos, en una historia de amor que, para decirlo con palabras del leonés Andrés Trapiello, “duró mientras fue imposible” (Clásicos de traje gris).
Pero el reino de la oscuridad es demasiado absorbente y demasiado dañino. Ciertas complicaciones que involucran al protagonista y a su amigo Tato van a ir llenando de sangre, palizas y dolor la vida del joven: un negro provocador llamado Micky, una moto quemada, una venganza tremebunda, una toxicómana argentina, tres muertes en el plazo de pocas horas... irán llenando de amenidad y de escalofríos una narración galopante, densa, donde los tentáculos del lado tenebroso se mueven con incansable eficacia, en una serie de capítulos muy cortos (auténticas secuencias-navajazo) que Mario de los Santos organiza con singular maestría y con manifiesta solidez, y que atrapan al lector de manera fulminante.

Gran acierto el de Mira Editores al apostar por esta obra, una pieza construida con aplomo y buen hacer literario.

domingo, 19 de febrero de 2017

Vosotros, los muertos



Hay que ser muy atrevido, muy inconsciente o estar muy seguro de sí mismo para embarcarse en la composición de un libro de microrrelatos, porque se trata de un género tan exigente como ingrato. El límite entre la genialidad y la simpleza es, en él, más delgado y quebradizo que en ningún otro. Lo saben los estudiosos (y en Murcia tenemos a Basilio Pujante como elevado ejemplo) y lo sabemos también los lectores, que sufrimos noventa decepciones por cada diez alegrías.
Con Vosotros, los muertos, de Ginés S. Cutillas, nos encontramos por fortuna en el platillo bueno de la balanza, allí donde las sorpresas agradables, los guiños felices, los aciertos formales y los cierres impolutos dominan de forma clara. Y el autor valenciano no lo consigue por el camino fácil (es decir, acuñando un molde y geminando sus mecanismos), sino al método nietzscheano: actuando como un bailarín y exigiéndose un giro más complicado en cada vuelta, un salto más intrépido en su siguiente acrobacia.
Así, recurre a atrocidades sangrientas (“Asuntos de familia”); a humoradas lingüísticas (“Los cantones de mi casa”); a muertos que formulan legítimas peticiones (“Cemento”); a reuniones de antiguos alumnos de instituto, tan decepcionantes como melancólicas (“Memorias estancas”); al influjo de los pequeños movimientos sísmicos sobre la prosa del microrrelato (“Terremoto”); a ancianos que frecuentan pliegues espacio-temporales, para estupor y pánico de sus familias (“Los abuelos”); a curiosas meditaciones sobre las bifurcaciones que nos plantean en la vida y que nos obligan a elegir (“Vidas posibles”); o al modo en que ciertas costumbres pueden adquirir unas dimensiones inesperadas al cambiar de situación (“El siguiente”). Y, si me permiten una apreciación rigurosamente subjetiva, en sus páginas van a poder encontrarse la mejor historia que he leído jamás con un teléfono como eje del argumento (“Tiempos felices”).
El resultado es, como les digo, un volumen elegante, sin fisuras, pulido hasta la perfección y donde el autor de Un koala en el armario consigue una auténtica obra maestra del género. Vayan corriendo a su librería de confianza y háganse con él.

viernes, 17 de febrero de 2017

Sabias



Que la historia del género femenino es un cúmulo de silencios, desdenes, ocultamientos e injusticias no se le escapa a nadie en su sano juicio. Desde que tenemos memoria es posible consignar el abrumador número de ocasiones en que, colectiva e individualmente, las mujeres se han visto expulsadas del lugar que les correspondía por méritos propios: escritoras brillantes a quienes no se aceptaba en academias y cenáculos, pintoras espectaculares que se vieron silenciadas por varones con menos talento que ellas, inventoras que sufrieron postergación por motivos sexuales, científicas que fueron contempladas como fenómenos de barraca por sus homólogos masculinos... Ahora, la editorial Debate se suma a la necesaria reparación de esta injusticia publicando el excelente volumen que la profesora Adela Muñoz, catedrática de Química en la universidad de Sevilla, ha consagrado a las mujeres que, a lo largo de la Historia, se significaron de una manera especial en el cultivo de las artes o las ciencias.
El recorrido se inicia con Enheduanna, suma sacerdotisa de Sumeria y “la primera mujer astrónoma de la que tenemos noticia” (p.34), y concluye con Rita Levi-Montalcini, premio Nobel en el año 1986. En medio, una colección tan espectacular como muchas veces ignorada de mujeres cuyos nombres tendrían que ser grabados en mármol y colocados en los pasillos de todas las universidades del mundo: Hipatia de Alejandría (la insigne matemática que padeció una muerte atroz cuando unos integristas cristianos “la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con conchas afiladas, hasta que el aliento dejó su cuerpo”, p.90), Hildegarda de Bingen (quien, además de incorporar el lúpulo a la cerveza y mejorarla de forma ostensible, “fue la primera persona que describió el orgasmo femenino”, p.113), Beatriz Galindo (cultísima mujer del entorno de Isabel la Católica, integrante de las Doctae Puellae, a quien la capital de España le consagró luego el barrio de La Latina), Juliana Morell (una catalana que, a los 17 años, ya dominaba catorce idiomas), Oliva Sabuco (sabia multidisciplinar a la que Lope de Vega tildó sin ambages de “décima musa”), Maria Sibylla Merian (la primera persona que utilizó el método empírico de la observación para estudiar el mundo de los insectos), Marie Paulze-Lavoisier (esposa y estrechísima colaboradora científica del padre de la química moderna) o Maria Sklodowska (más conocida como “Madame Curie”, primera persona que recibió dos premios Nobel). Sin olvidarnos, claro está, de la sufragistas que se dejaron la piel para conseguir el voto de las mujeres; o del brillante elenco de científicas que floreció en España durante el primer tercio del siglo XX, y a quienes convendría hacer justicia histórica a partir de este momento.

Estas biografías apasionantes, de las que me he limitado a ofrecer un leve resumen, no se presentan en el volumen en forma de fichas aisladas, sino que cada figura es explicada en su contexto histórico y cultural. En ese sentido, el trabajo de la profesora Muñoz Páez es tan abrumador como luminoso: cada trayectoria académica, cada logro o equivocación, se explica en función de las circunstancias (orteguianas) que rodean a la protagonista. De tal manera que el ensayo puede ser tildado, sin hipérbole, de imprescindible. Marcará un punto de inflexión en su ámbito, estoy totalmente convencido.

miércoles, 15 de febrero de 2017

La hija del embajador



Vuelvo a acercarme a una novela de Zoé Valdés y elijo La hija del embajador, un texto que mereció el III premio de novela breve Juan March Cencillo y que fue publicado por el sello Bitzoc.
El argumento es muy sencillo de exponer: la hija moderna y rebelde de un embajador cubano que trabaja en París se desplaza para vivir un tiempo con sus padres en la capital del Sena. En el avión conoce a un singular ladrón, con el que comienza una turbulenta y apasionada relación. Daniela sería feliz si lograra el amor eterno del maduro delincuente, pero él se muestra mucho más reservado ante esta posibilidad.
¿Conclusión después de cerrada la última página? Pues que ha vuelto a pasarme lo que ya me había ocurrido con otros textos suyos: que no termino de verla. Hay ciertos instantes en los que sí, en los que me parece admirable el modo en que desarrolla y culmina una secuencia, un cuadro narrativo, un diálogo. Pero, por regla general, su prosa me parece desmañada, confusa, áspera. Todo parece que avanzase a trompicones, dudando entre el lirismo, el exabrupto, la fluidez, la seriedad o la niebla, hasta el punto de que determinadas páginas no se aprehenden con una lectura “normal”, sino que hay que detenerse e incluso retroceder, para captarlas verdaderamente.
Como su paisano Guillermo Cabrera Infante, Zoé Valdés gusta de introducir de vez en cuando humorísticos juegos de palabras. Así, en la página 16 nos habla al subirse a un avión de “la azafata miembro del Partido Comunista, porque para ser azafata no importa tanto la buena figura sino el figurar como miembro”; o en la 54, cuando nos habla de una voluntad amatoria moderada por la prudencia: “Ella lo amaría y sin contemplaciones, es decir: con templaciones”.

¿Me animaré con algún otro libro de Zoé Valdés? Jamás hay que descartar de plano ninguna posibilidad futura. Pero, hoy por hoy, lo veo muy difícil.

lunes, 13 de febrero de 2017

La primera corona



Estamos en el año 66 d.C. y el joven Daniel tiene que desempeñar una difícil y singular misión: debe localizar la corona de espinas que portó Jesús de Nazaret sobre la cabeza durante su agonía crucificada y llevársela a su amo, que la quiere utilizar para unificar a los judíos y convertirse en su rey. Para culminar con éxito su empresa, visita a un viejo carpintero y su esposa María, que estuvieron muy cerca de Jesús y que podrán ayudarle.
Éste es el punto de partida de la novela La primera corona, de Alexander Copperwhite, que pone ante los ojos de los lectores no sólo un tema fascinante, sino también una trama sugerente, en el transcurso de la cual el anciano esposo de María irá contándole a Daniel cómo ocurrieron de verdad los hechos que la tradición ha ido deformando. ¿Quienes asistieron de verdad a la Última Cena? ¿Por qué eligió el pueblo al asesino Barrabás para ser liberado, en lugar de optar por el dulce e inofensivo Jesús? ¿Cómo es posible que el Maestro caminara sobre las aguas, resucitara a Lázaro o diese de comer a miles de personas con el auxilio de unos pocos panes y peces? ¿De dónde extrajo las fuerzas para llegar con la cruz a cuestas hasta el punto donde fue crucificado? ¿Cómo se desarrolló, detalladamente, el episodio de la resurrección?
Con la ayuda de una prosa sencilla, ágil y eficaz, Alexander Copperwhite va convirtiendo lo que podríamos llamar “versión oficial” de la vida de Jesucristo en otra cosa muy distinta. Pero que nadie se lleve las manos a la cabeza o tuerza el gesto pensando en una desmitificación irreverente o burlona. No hay ninguna voluntad sacrílega en sus páginas, sobre todo porque al final de la obra espera a los lectores un anonadante giro de muñeca narrativa, que aporta unos matices inesperados a la historia.

Una novela breve y muy interesante, que sorprenderá a muchos.

sábado, 11 de febrero de 2017

Mujeres sobre mujeres



Decía el poeta ruso Evgueni Evtushenko, en un excelente libro de memorias que se editó en español con el título de Autobiografía precoz (México, 1976) que con frecuencia se elige para luchar contra las injusticias el empleo de las injusticias al revés. Este método, que puede ser discutible y aun polémico, produce en ocasiones unos resultados espectaculares, como ocurre con el volumen que hoy comento. Se trata del grueso tomo Mujeres sobre mujeres en los albores del siglo XXI: teatro breve español, que ha preparado con larga dedicación la profesora norteamericana Patricia W. O’Connor y que, en cuidada edición bilingüe, lanza la editorial Fundamentos en su colección de teatro.
Si las mujeres han sufrido una evidente postergación en la historia literaria, aquí se lucha para ofrecernos una visión exclusivamente femenina del mundo dramático nacional. Diez mujeres de variadas procedencias y con variados intereses, unidas por una pasión común: el mundo de la escena, que les sirve como exorcismo, como denuncia, como manifestación de sentimientos, como indicativo social. Diez mujeres que nos hablan de su obra (cada pieza va introducida por unas interesantes palabras de la dramaturga que la ha escrito), nos invitan a leerlas y luego son analizadas por la profesora O’Connor con una perspicaz inteligencia.
Y quizá en esa misma diversidad es donde se encuentre lo más interesante del tomo, porque nos permite contemplar un fresco temático y estilístico de amplio calado y magnitud. Y es que, salvando la infumable tontería esperpéntica que no tiene pudor literario en firmar Lidia Falcón (Falsas denuncias), todo en el volumen roza la maravilla.
Tenemos, por ejemplo, el tenso monólogo La boda, de la madrileña Carmen Resino, que mereció en 2004 el premio Buero Vallejo y que nos presenta a una cuarentona que vive instalada en el odio a su madre, una cómoda postura que le permite no asumir como propio ni uno solo de los errores y fracasos que jalonan su vida. Antonia Bueno nos traslada el durísimo monólogo de una criatura violada, que juega con su muñeca tras haber ingerido matarratas para suicidarse (La niña tumbada). Paloma Pedrero, en la pieza Ana el once de marzo, elige la imborrable fecha del atentado terrorista más grave que ha sufrido España... Y así hasta diez autoras, diez perspectivas dramáticas diferentes, que sirven como reflejo del teatro (femenino y no femenino) que se está haciendo en nuestro país.

Si me permiten dos recomendaciones personales, yo les sugiero que lean con especial atención la pieza Su tabaco, gracias, de Diana de Paco Serrano, donde con su habitual brillantez nos habla de la soledad humana; y que no dejen pasar de largo el espléndido Talgo con destino a Murcia, de Charo González, donde una prostituta muy dulce y un suicida abofeteado por la fatalidad dialogan, con fondo de ferrocarriles. Dos auténticos hallazgos.

jueves, 9 de febrero de 2017

El francotirador paciente



En su novela El francotirador paciente (Alfaguara, 2013) podría parecer que Arturo Pérez-Reverte se aparta de sus temas y personajes más conocidos, para adentrarse en un territorio nuevo: el de los muchachos que repletan las ciudades con sus grafitis, sus tags y sus explosiones de color. Pero no creo que sea así en modo alguno. Al contrario, entiendo que el cartagenero ahonda en estas páginas en su núcleo reflexivo favorito: el del ser aislado, recto, que se atiene a unos códigos de conducta y avanza a contracorriente, como un salmón existencial. Da igual que se trate de un viejo maestro de esgrima, de un enamorado del ajedrez, de un buscador de libros, de un soldado del siglo XVII o de un reportero de guerra.
O, como ocurre aquí, de Sniper, un veterano grafitero que, resguardándose de cualquier concesión al Sistema, lleva años bombardeando paredes y espacios públicos y privados con sus mensajes lúcidos, removedores e impactantes. Ni busca el éxito comercial ni se deja seducir por los cantos de sirena que le vienen en forma de cheques en blanco. Él no crea para vender ni para venderse, sino para enarbolar su visión del mundo, su asco del mundo, su odio al mundo.
Una editorial especializada en libros de arte pretende convencerlo para que se convierta en la estrella de su catálogo y lanzan en su busca a Alejandra Varela, quien visitará varios países persiguiendo el rastro de Sniper hasta que lo localiza en Italia. Pero no es la única que quiere dar con él: el empresario Biscarrués, cuyo hijo era un admirador de Sniper y murió realizando una intervención artística sugerida por éste, ha puesto precio a su cabeza. Y moverá todo su poder y todo su dinero para tomar la delantera en esa persecución.
Libro de aventuras y de intrigas, pero también de reflexiones sobre el papel de la pintura y el arte en nuestro tiempo (“El arte moderno no es cultura, sólo moda social”, piensa Sniper en la página 291. “Es una enorme mentira, una ficción para privilegiados millonarios y para estúpidos, y muchas veces para privilegiados millonarios estúpidos... Es un comercio y una falsedad absoluta”), El francotirador paciente nos habla de las convicciones y del difícil arte de ser distinto, de posiciones tercas e insobornables, del equilibrio entre la honradez y la crueldad, de personajes que se construyen su épica de bolsillo y que viven aferrados a ella para no ahogarse en el mar de la indistinción.

Una variación novelesca de temas que Arturo Pérez-Reverte ya ha explorado muchas veces y en los que casi siempre encuentra filones interesantes para exponerlos ante sus lectores.

martes, 7 de febrero de 2017

La dama de las camelias



El argumento de esta novela excepcional de Alexandre Dumas es uno de los más conocidos del mundo literario, así que resumirlo se antoja un ejercicio más complaciente que necesario: la cortesana Margarita Gautier, bellísima y dueña de un glamour que impregna todo su entorno, es la sensación de París. Cada vez que acude a un espectáculo teatral u operístico sus admiradores observan con un suspiro de deseo cómo va adornada con su flor favorita: camelias. Su alto ritmo de vida (joyas, carruaje) es sufragado por aquellos amantes que, fijos o variables, orbitan a su alrededor y no tienen reparo en suministrarle cantidades de dinero, en ocasiones elevadas, para granjearse su amistad y gozar de sus favores. Con esa música de fondo, su vida es muelle y gratificante.
Pero un día aparece en su vida Armando Duval. Es un joven abogado de buena familia y rentas suficientes, aunque no ostentosas, que queda prendado de su belleza y que se postula como amante de la muchacha. Ella, al principio, recibe esta oferta con irónico desdén, pero lo acaba aceptando con la condición de que jamás interfiera en sus relaciones con otros hombres. No deberá salpicarla con ningún reproche, ni formularle preguntas indiscretas, ni protagonizar escenas de celos que, conocida su condición, resultarían ridículas y fuera de lugar. Pero el amor que el muchacho siente por ello le impide cumplir su promesa, y un claro afán redentor se introducirá en su alma. Margarita, conciliadora, intenta que él actúe de un modo más racional (“Deberíais amarme un poco menos o comprenderme un poco más”, le dice en el capítulo XV).

Lo que sucede a partir de ese momento (incluida la intervención del padre de Armando, decisivo en los instantes finales de la novela) pertenece al terreno del disfrute estético, al ámbito de la emoción y a la Historia de la Literatura. Aunque se conozca por el cine o por tradición oral el final de la obra, disfrutar de estas páginas es un placer al que aconsejo no renunciar.

domingo, 5 de febrero de 2017

En picado



Nick Hornby (Maidenhead, 1957) es uno de los escritores más originales y más leídos de los últimos tiempos, porque la frescura de su prosa atrapa a todo tipo de lectores desde las primeras páginas. En 2007, Jesús Zulaika y la editorial Anagrama hicieron posible que los españoles pudiéramos leer en nuestra lengua En picado, una novela publicada en Londres dos años antes y que nos cuenta cuatro historias que se funden entre sí, y que se van corrigiendo y hasta cierto punto complementando.
Dicho de forma sintética, lo que nos relata son las peripecias de cuatro personas que, aprovechando la coyuntura de la Nochevieja, deciden suicidarse arrojándose desde lo alto de un edificio. No se conocen de nada, porque pertenecen a mundos muy distantes entre sí (la hija de un político laborista, que no encaja en el mundo ordenado de sus padres, y que busca en el alcohol y las drogas una escapatoria a sus problemas; un presentador televisivo caído en desgracia, por su afición a las jovencitas; una madre soltera que no se ve con fuerzas para atendiendo durante más tiempo a su hijo discapacitado; un joven rockero que ha fracasado y que ahora, sin grupo ni novia, reparte pizzas para ganarse la vida), pero acabarán descubriendo que pueden ayudarse los unos a los otros, hablando de sus traumas, formando una especie de club de desesperados que luchan para dejar de serlo (“Nos subimos a aquella azotea porque no podíamos encontrar el camino de regreso a la vida”, p.290). Martin, el presentador de TV, ha sido abandonado por su esposa; Jess, la chica rebelde, anda buscando a gritos que alguien la escuche; JJ, el rockero minoritario, nota que se muere sin pulsar en su guitarra los acordes de ninguna canción; y Maureen descubre que su hijo Matty es el único y obsesivo acorde de su vida. Todos tienen problemas, y esos problemas no les autorizan a ser felices, ni a encontrar su nuevo sitio en el mundo (“La gente que está triste no encaja en nada”, p.196).
Pero Nick Hornby, con el luminoso don del humor, los va aproximando, les regala una segunda oportunidad a la que aferrarse, los hace que se inventen una historia de ángeles, que viajen a Tenerife, que beban licores, que se conozcan (para que se acepten) y que vayan aplazando su decisión de lanzarse al vacío. Primero, lo retrasan para el día de San Valentín; luego, por tres meses; finalmente, deciden... lo que irá descubriendo el lector con sorpresa.

Con un lenguaje espontáneo, lleno de giros coloquiales y de una vivacidad maravillosa, Hornby demuestra el gran poder de seducción que tiene su escritura, y que cada vez le granjea más adeptos.

viernes, 3 de febrero de 2017

El contexto



El fiscal Varga, ocupado en el proceso Reis, es asesinado por sorpresa de un tiro en el corazón. Asombrado, el estamento policial pone en manos del inspector Rogas la investigación del caso, para que lo esclarezca y detenga al culpable. Pero antes de que pueda avanzar ni siquiera un milímetro en su trabajo aparece muerto, también de un certero disparo en el corazón, el juez Sanza. Y antes de que periodistas, policías o políticos se recuperen de la imprecisión se suman a la macabra lista el juez Azar, el juez Rasto y el juez Calamo. ¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Un asesino en serie que se ha especializado en representantes de la judicatura? ¿Un perturbado que quiere desestabilizar al gobierno o provocar daños irreparables en el sistema social?
El inspector Rogas (un hombre culto, que lee y frecuente el arte de los museos) trabaja sobre la idea de una conexión política o judicial entre los crímenes, pero sus superiores prefieren aferrarse a la hipótesis de que la autoría de que estos asesinatos hay que adjudicársela a un loco homicida, porque les resulta menos inquietante. Con el transcurso de los días, la investigación se va complicando: de un lado, Rogas interroga a sospechosos y va perfilando su retrato robot del presunto culpable; del otro, nota cómo su proceder inquieta a las altas esferas, y mucho más desde que afirma que quizá la vida del presidente del Tribunal Supremo se encuentre en peligro.
La novela, que parte de esa ambientación temática de espíritu policial, se convierte pronto en algo mucho más denso cuando Leonardo Sciascia comienza a hablarnos de oscuros juegos de poder y manipulaciones informativas, que irán adquiriendo al final de la obra una densidad casi cenagosa.

El único disgusto que me ha deparado este volumen es el conjunto de torpezas que la traductora, Carmen Artal Rodríguez, comete en sus páginas. Por su culpa, los lectores tenemos que sufrir la abominación del “en base a” (en las páginas 21 y 23), ciertos posesivos abominables (“detrás suyo”, p.58; “delante mío”, p.169) y algunos usos preposicionales que dejan bastante que desear (“Sentado en una mesa”, p.162). Lo demás, memorable.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Dos lunas



Ironizaba hace años el argentino Jorge Luis Borges acerca de la expresión “viaje espacial”, afirmando que en realidad todos los viajes cumplen ese requisito topográfico, si lo pensamos con calma. Mucho más sugerentes son, sin duda, los viajes temporales; es decir, aquellas transgresiones en las que se vulnera el orden lineal o la velocidad del tiempo. Y precisamente el tiempo (que es la Gran Dictadura, la más onerosa de cuantas nos son infligidas) se convierte en el telón de fondo de esta obra juvenil de Care Santos: Dos lunas. En ella acompañamos a unos chicos que viajarán del futuro al pasado para reconducir una trayectoria planetaria tan oscura que provoca repeluzno. En el año 3003, un abominable tirano conocido como Nigro Vultur controla con mano de hierro el mundo, apoyándose en una vasta legión de soldados enmascarados y en el miedo atroz que ha sembrado tan eficaz como minuciosamente entre sus contemporáneos. Para que su imperio tenebroso no conozca objeciones ni sufra críticas, Nigro Vultur se ha encargado de exterminar el último reducto de inteligencia y cultura que quedaba: los miembros del Clan de las Dos Lunas, unos seres pacíficos, respetuosos y sosegados, que vestían con túnicas blancas (de ahí el sobrenombre de Los Albos) y que ejercían su derecho de análisis y la discrepancia civilizada. Pero, por suerte, la exterminación perpetrada por Nigro Vultur no es completa: dos hermanos gemelos recién nacidos, Eilne y Níe, son enviados al inicio del siglo XXI para que actúen y desvíen ese rumbo aciago. Lamentablemente, los secuaces de Nigro Vultur no están desprovistos de audacia, y algunos de ellos se introducen en la Grieta del Tiempo (la que usó la madre de Eilne y Níe para viajar hasta el siglo XVI y, con la ayuda de san Juan de la Cruz, conocer al padre de sus hijos: el astrónomo Tycho Brae) para perseguir a esos niños prodigiosos y neutralizarlos... Desde que Wells ideara su espectacular viaje en el tiempo (preconizado por un inspiradísimo don Juan Manuel, en su historia de don Yllán de Toledo y el deán de Santiago) han sido docenas los autores que han utilizado este recurso en el mundo de la novela (uno de los últimos y brillantes ejemplos lo tenemos en Kronos: la puerta del tiempo, de Felipe Botaya); pero Care Santos es la que mejor lo ha llevado hasta el público joven, presentándole una historia donde la amistad, el heroísmo y el sentido del deber se mezclan para crear una trama seductora. Estamos sin lugar a dudas ante un libro lleno de sorpresas y de episodios vibrantes que puede servir para iniciar febrero con una lectura excelente.