viernes, 23 de diciembre de 2016

Lo que la perdiz opina de los finales felices



Cuando somos niños (y a veces incluso de adultos) pedimos con insistencia que nos cuenten cuentos, que nos regalen el oído con historias que nos entretengan y que terminen de un modo feliz. Ni siquiera su repetición, constante y sin matices de cambio, nos enoja, porque inferimos de esas historias invariables una suerte de calma, de previsión, de inmortalidad. Todorov estudió muy bien estos mecanismos.
Pero los escritores que han sido convocados por Ediciones Liliputienses para nutrir esta “antología de cuentos políticamente incorrectos” se burlan en estas cinco propuestas de todas las artimañas fosilizadoras y torpedean el núcleo de sus argumentos para extraer nuevo jugo de ellos: Cristina Grande nos ofrece una revisión inmisericorde del cuento del soldadito de plomo, a la que imprime un quiebro dulce en su párrafo final; Verónica Pérez Arango se decide por situar ante nuestros ojos una visión bulímica de Hansel y Gretel, que va progresando en sus niveles de repulsión hasta un final inquietante; Marina Perezagua imprime un terrible giro funerario a la historia de Pulgarcito; Jorge Posada (el único varón del grupo), nos desliza una particular versión del cuento “La mosca”, de Katherine Mansfield; y Elena Román nos pone ante los ojos su relato “Aicila en el país de la sed”, un cuento palindrómico donde la niña ideada por Lewis Carroll (que tiene axilas velludas, manos muy grandes, mucho mal humor y poca minifalda) conversa con durmientes gigantescos, ratas voladoras y un pingüino fumador.

Un trabajo refrescante, curioso y distinto, que demuestra la vitalidad de este sello editorial que capitanea en Extremadura el poeta José María Cumbreño. Se merece todos los aplausos.

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