lunes, 21 de noviembre de 2016

Parpadeos



No cabe sino llamarlo azar. Es imposible concebir que pueda tratarse de otra cosa. Frente a los millones de libros posibles, frente a los miles de autores que se encuentran disponibles en castellano (no leo otro idioma), mis 35 años de lector me han puesto ante los ojos, como no podía ser de otra manera, a una pequeña parte de ellos. Y resulta muy fácil advertir que, salvo en el caso de los grandes nombres (Shakespeare, Borges, Flaubert, Kafka), a la gran mayoría de los otros se accede por rutas peregrinas: la intriga de una sinopsis, una portada especial, un título sorprendente, una recomendación encendida... No recuerdo qué albur colocó en mis manos Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón. Pero sí sé que, sumergido en sus historias, tuve la sensación, explosiva e instantánea, de que me encontraba ante un escritor del que quería mantenerme cerca a partir de ese momento; un escritor al que necesitaba respirar y seguir. Por eso me convertí desde entonces en visitante asiduo de sus libros.
Ahora revisito su volumen Parpadeos y sigo maravillándome con los relatos que ya me impresionaron en su primera lectura: el dolor hondo, terrible y proteico que empapa las líneas de “Pájaro llanto”; el simbolismo fértil de “La tristeza del león”; el espeluzno casi cinematográfico de “Los invasores”; la lectura alegórica que nos permite ejecutar “Teoría del hueco”; los destinos inesperados que abofetean a los protagonistas de la serie Heidi en “Cimas blancas contra el cielo azul” o la bellísima historia del inquilino que entrevió al fantasma Jeremías Hünerberg... Vuelvo también a encontrarme con aquel microrrelato que tanto me sobrecogió en los años 90 (“Hoy después de comer he retirado el mantel, he lavado los platos, y un día estaré muerto”) y con aquellas líneas enumerativas que condensan toda una existencia (“La vida pasó, indiferente, con su menuda caravana de ruidos, fastidios, brindis, obligaciones, enfermedades, sobrinos, viajes, almuerzos, coitos, facturas, regalos, cabalgatas de reyes, domingos, nacimientos y muertes. Y al final de todo aquello: un silloncito de orejas”).
Eloy Tizón posee en grado sumo el “don de fluir” (utilizo la fórmula de Jorge Drexler), y con él esculpe páginas de agua, de aire, de tierra y de fuego. Páginas que, leídas años después, comprendes que son de mármol y que se insertan en un lugar privilegiado de la Historia de la Literatura Española.

Sin duda, uno de mis autores.

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