martes, 30 de agosto de 2016

La familia Wittgenstein



La inmensa mayoría de las personas que conocen el apellido Wittgenstein lo asocian de forma unívoca con el famoso filófoso que escribió el Tractatus, pero ignoran que los demás miembros de su familia eran tan peculiares (y en algún sentido tan brillantes) como él. Es lo que pone de manifiesto este apabullante y documentadísimo volumen de Alexander Waugh, que traduce Gerardo Páez para el sello Lumen.
Nos enteramos en estas páginas de hermanos que se suicidan con cianuro por no poder afrontar su homosexualidad; de hermanas con terror al sexo; de una devoción absoluta por músicos como Franz Schubert o Felix Mendelssohn; de pactos con los nazis (que incluían aportaciones económicas muy notables) para que la familia no fuera molestada en exceso; de Paul Wittgenstein, que pese a haber perdido la mano derecha durante la Primera Guerra Mundial, siguió tocando el piano con la izquierda y dando conciertos; de Josef Labor, un compositor casi enano que perdió la vista a los 3 años por culpa de la viruela y que era adorado por toda la familia; etc.
Pero a mí la parte que más me ha interesado del tomo, singular y brillante de principio a fin, es la que se ocupa de Ludwig Wittgenstein (al que llamaban de modo cariñoso Lucki): sus complicadas relaciones con Bertrand Russell (al que sigue y con el que charla durante horas; del que después se distancia por culpa del Tractatus); el dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre y que donó en buena medida a artistas como Rainer Maria Rilke; la propuesta de matrimonio que le deslizó a la suiza Marguerite Respinger, y que ésta rechazó por no estar de acuerdo con la condición de que nunca mantendrían relaciones sexuales; de su amor por David Pinsent (un estudiante de matemáticas en el Trinity College que murió en un accidente aéreo en Francia en 1918) o por Francis Skinner; de su trabajo como ayudante de jardinería en un monasterio de Klosterneuberg (donde intentó que nadie descubriera que era un filósofo de fama continental); de la cabaña donde se instaló en 1913, situado en un fiordo noruego enclavado al norte de Bergen, donde podía pensar en soledad; etc.

Un libro enriquecedor y fascinante que se lee, en muchos tramos, como una auténtica novela, pero que jamás pierde el rigor de una biografía sublime.

domingo, 28 de agosto de 2016

El universo malogrado



Lo dice el pensador José Ignacio Nájera en la página 157 de esta obra, que lleva por título El universo malogrado (Carta a Cioran): “El riente amargo es alguien que sabe exhausta su fuente de disgustos y decepciones; es, en fin, un resignado que se ha liberado de la amenaza de la candidez”. Cuando se han cumplido ya 21 años desde la muerte del pensador rumano-parisino, anonada comprobar cómo Nájera aborda en estas páginas la difícil tarea de aproximarse crítica y lúcidamente a la obra de ese Gran Maestre de la Decepción (pero también Hermano Mayor de la Cofradía Irónica) que fue Emil Cioran. Y lo hace con una extensa carta de más de doscientas páginas donde se dirige a este “escéptico interesado por el eco de su escepticismo” (p.82), al que confiesa leer desde su juventud y con el que siente numerosas afinidades intelectuales y algunas netas discrepancias.
Esto permite al autor del ensayo iniciar la obra diciéndole a Cioran que, tras el conocimiento de sus primeras obras, se “instaló” en él (p.17); y acabarla con un colofón de idéntico espíritu: “He estado rememorando no sólo su trayectoria sino también los años de mi relación con su escritura” (p.204). Es verdad. En el fondo, esta larga epístola es un denso estudio sobre Cioran, pero también y sobre todo una reflexión sobre el estado de la filosofía en el siglo XX, y aun sobre los pensamientos del propio Nájera, que se manifiesta en primera persona en varios instantes del libro: cuando se reconoce un esclavo del orden, frente al sempiterno caos del que hacía ostentación Cioran (p.12); cuando indica que ambos han sufrido grandes períodos de postración (p.47); cuando constata sin ambages “ese estado de provisionalidad en que vivo desde hace años” (p.62); etc... Pero también cuando se incorpora como sustancia opinante al libro, comentando la docilidad de Martin Heidegger (p.89), la capacidad seductora de Friedrich Nietzsche (p.143) o la falsedad esencial que se esconde tras el amor (“Pocas palabras hay tan falsamente igualatorias y tan productoras de amnesia, y ahí están los dos sexos transaccionando con ella”, p.171).
En un mundo occidental cada vez más obstinado en la autoflagelación, con una filosofía que se regodea y atasca en el análisis de sus propios límites, la postura intelectual de Cioran es la del disidente perpetuo, la del extravagante (en su más puro sentido etimológico), la de quien mira el mundo desde una fosa o desde una montaña. O tal vez desde ambos sitios a la vez (y para resolver esa aparente paradoja bastaría con recurrir al título de una de sus obras más conocidas y singulares: En las cimas de la desesperación).

José Ignacio Nájera, que conoce bien la obra de Emil Cioran, analiza su postura (y dejaré ese “su”, tan ambiguo como enigmático) sobre la escritura, el suicidio, la mujer, Dios, la enfermedad, la mística, los judíos, la melancolía, el ocaso del pensamiento o el fascismo, en un tomo que no admite resumen, pero al que sí conviene aproximarse, porque está lleno de sugerencias, sabiduría y meditación. Si el argentino Jorge Luis Borges dijo una vez que un libro es siempre una ocasión para la Belleza, añadiremos que, en tomos como éste que hoy nos ocupa, es también una ocasión para la Inteligencia.

viernes, 26 de agosto de 2016

Ley matinal



Llega hasta mis manos el libro Ley matinal, que la profesora Isabel Moreno García publica en el sello Plaza & Valdés y que está compuesto por setenta secuencias narrativas, de breve extensión. Es un volumen (pronto lo advierte el lector, casi desde la primera página) de conceptos densos, de formulaciones literarias exigentes, en las que no es posible extraer el jugo estético si se deja que los ojos viajen veloces por sus líneas. Al contrario, sus propuestas exigen una concentración meticulosa y una voluntad de aprehender los sustantivos, los adjetivos, el sentido de las frases, para que el mensaje último (literario pero también vital) no se escape como mercurio entre los dedos.
Esa mujer que posa para que una amiga la dibuje en el interior de una gruta (“El rostro espera”); el misterioso compañero de vagón con el que la narradora compartió trayecto, y al que vio romper una carta con expresión seria y meditabunda (“Viajeros”); las líneas que se escriben mientras se aguarda el inicio de un viaje, en el aeropuerto (“El poema”); o cuadros que nos sitúan ante emociones sutiles, que debemos gustar con una lentitud sagrada o reverente (“Fuga cromática”) son algunas de las secuencias que Isabel Moreno construye con sus manos ante nuestros ojos.
¿Microrrelatos? No estoy muy seguro de que puedan ser etiquetados con esa palabra, porque muchos de ellos no pretenden “relatarnos” nada, en sentido estricto. Si los tuviera que definir (y soy consciente de que toda definición es una cárcel gris, la mayor parte de las veces injusta) diría que son como esos cristalitos que, colocados sobre el portaobjetos de un microscopio, nos deparan un mundo invisible hasta que posamos el ojo sobre ellos. Estos setenta episodios narrativos contienen escenas de amor, de tristeza, de melancolía... O simplemente cuadros descriptivos, de alta belleza lírica: instantes de paseo, conversaciones durante una comida, la congoja que depara el llanto de la persona que va a nuestro lado en el autobús...

Un proyecto interesante, que me ha gustado leer.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Versos con Hélade y lujuria



Juan Francisco Vivo es un poeta que siempre ha demostrado una fascinante capacidad para llenar sus páginas con las metáforas más intrépidas, con las analogías más inesperadas, con las más intensas emociones. Lo dejó patente en Piel de tramontana (2001), lo ratificó en Que... (con la que obtuvo el I premio de poesía Gregorio Parra y que fue publicada en 2003) y lo llevó hasta la excelencia en La blancura de Sherezade (2004). Después de esa época editorial efervescente vino un período de pausa, en el que no cesó de escribir ni de ser valorado en concursos relevantes (ha sido hasta tres veces finalista en el certamen Dionisia García, que convoca la universidad de Murcia). Y ahora, por fin, para deleite de quienes siempre lo hemos leído con asombro y con admiración, salen a la luz estos Versos con Hélade y lujuria.
El volumen está integrado por tres secciones, datadas minuciosamente por el poeta: “La blancura de Sherezade” (2004), “El reino de las vejaciones” (2005) y “Versos con Hélade y lujuria” (2006). En ellas sus líneas se encienden de lirismo y de indignación, de osadías y de lágrimas, de cotidianidad y de magia, porque quien tiene la mirada de un poeta auténtico (y el pleguero sin duda pertenece a esa reducida nómina) puede alzarse hasta el cielo y descender hasta el infierno con la misma elegancia, con el mismo desgarro, con la misma fuerza verbal. Así, los versos de Juan Francisco Vivo nos llevarán por jardines, por estaciones de autobuses, por balcones besados por el sol, por socavones para caer de bruces, por casas de lenocinio o por parques de atracciones donde muere una niña. Y sus líneas, siempre brillantemente inesperadas, están salpicadas de pañuelos, teléfonos móviles, miel ceñida, nenúfares, lluvias, trenes de alta velocidad, violines y dinosaurios.
Es muy difícil de explicar, pero muy fácil de advertir leyendo estas páginas, deliciosamente ilustradas por Juan José Ayllón: a Juan Francisco Vivo Díaz se le desborda la poesía por los poros, se le sale por los ojos, por la boca, por las manos, como si ni siquiera él tuviera la capacidad para frenarla o ponerle cauces. Por momentos, parece casi una fuerza de la naturaleza: un huracán, un tsunami, un seísmo. Los versos que va escribiendo burbujean, brillan, laten. A ese prodigio lo ha llamado Versos con Hélade y lujuria. Es hora de disfrutarlo.

lunes, 22 de agosto de 2016

LLegarás a Recuerdo



No supuso una sorpresa para los lectores murcianos la aparición de este libro, Llegarás a Recuerdo (Azarbe, 2007), tercera obra publicada por el gran José Cantabella. Y no sorprendió porque, aparte de que ya se trataba de un autor conocido, en sus líneas generales mantenía la espléndida tónica que ya mostró en sus volúmenes anteriores: Amores que matan (2003) e Historias de Chacón (2005). El autor, consciente de estar construyendo un territorio muy particular (aunque inequívocamente inspirado en Murcia, pues habla del Jardín de la Seda, el café del Arco, el teatro Romea o el museo Ramón Gaya), indica que toda persona que se acerque a estas páginas debería encontrarse, para entenderlas bien, “en un estado de ánimo diferente, un estado alterado” (p.7).
Y lo que encontrará ese lector predispuesto es un manojo de historias bien chocantes: el robo que ejecuta un hombre para aliviar su impostergable deseo de leer (“El lugar secreto de los libros”); las reflexiones irónicas y mordaces sobre las erosiones que el matrimonio incorpora a la vida de pareja (“Una separación formal”); las sonrientes instrucciones farmacológicas de “Hombres”; la crónica apolínea de una obsesión hereditaria (“Carta a mamá”)... y así hasta veinticinco relatos, todos ellos magníficos.

Algunas intertextualidades camufladas con ingeniosa habilidad, pero que podrá descubrir un lector atento (Federico García Lorca en la página 73; Julio Cortázar en la 89; etc) añaden la sabrosa pimienta culturalista a un volumen de amena lectura y de espléndida formulación literaria.

sábado, 20 de agosto de 2016

Pigmalión



Resulta muy difícil (punto menos que imposible) olvidarse de las imágenes de Rex Harrison o Audrey Hepburn cuando se aborda la lectura de Pigmalión, de George Bernard Shaw, pero lo cierto es que la obra literaria no incorpora los matices excesivamente ternuristas o falsarios que sí adicionaba la película del año 1964, dirigida por George Cukor.
En las páginas de Shaw nos encontramos al profesor Henry Higgins, autor de El alfabeto universal Higgins, un purista insufrible que, escuchando en la calle a la florista Liza Doolittle y horrorizado por su infame modo de hablar, le espeta estas frases, absolutamente demoledoras: “Una mujer que emite sonidos tan deprimentes y repugnantes no tiene derecho a estar en parte alguna... no tiene derecho a vivir. Recuerda que eres un ser humano que tiene un alma y el don divino del idioma arti­cularlo; tu idioma nativo es el de Shakespeare, el de Milton y de la Biblia”. A partir de ese momento, y en colaboración con el coronel Pickering (experto en dialectos hindúes), se pondrá en marcha un experimento tan interesante como sofisticado: convertir a la arrabalera y sucia Liza en una especie de duquesa, de elegantes modales y refinada pronunciación. ¿El plazo para conseguirlo? Apenas seis meses. Durante ese tiempo, se someterá a clases de fonética y recibirá nociones de conversación social.
El auténtico problema surgirá cuando, transcurrido el plazo de reeducación y comprobado si el éxito lo corona, la muchacha tenga que volver al arroyo del que ha surgido. ¿Cómo se sentirá, ahora que ni sus modales ni su pronunciación son los de antaño? ¿Encajará? ¿Se sentirá aliviada o humillada?
El experimento de George Bernard Shaw tiene mucho de sociológico y también de psicológico, aunque desde el punto de vista literario o teatral convendremos en que descuida un aspecto que al lector le hubiera gustado conocer con más detalle: cómo es el proceso de desbastado de la muchacha (el autor lo omite casi íntegramente, saltando desde el estado salvaje al estado ducal).

Una pieza simpática, mitificada por el mundo del cine.

jueves, 18 de agosto de 2016

De este pan y de esta guerra



Cuando tuve ante los ojos la cubierta del volumen De este pan y de esta guerra (1916), de Jesús Zomeño, estaba lejos de imaginar que sus relatos conseguirían maravillarme como lo han hecho. Y no porque desconfíe de los autores a los que aún no he leído, ni porque descrea de la posibilidad de los milagros literarios. Se trata más bien de que los bostezos son en el mundo de la literatura actual más habituales que los asombros, tanto si nos adentramos en autores nacionales como foráneos. Pero aquí hubo magia, hubo hallazgo feliz, hubo literatura.
Las atmósferas que Jesús Zomeño perfilaba con sus palabras eran tan sutiles como eficaces. Y de pronto me vi rodeado por la Primera Guerra Mundial, por las trincheras, por el barro, por las ratas, por los hombres de ojos devastados, por las prostitutas lánguidas, por las anécdotas de los combatientes, por el hambre, por la desesperanza, por la inmundicia del hombre matando al hombre. Me encontré con aquel soldado que recordaba a una mujer que se suicidó, tras limpiar meticulosamente sus zapatos; con un viejo que trabajaba en un urinario y que escuchaba con respeto las historias que iban desgranando en sus oídos las personas que lo frecuentaban; con un cartero que imaginaba qué calles rotularía con los nombres de sus amigos del frente (algunos ya fallecidos); con el pobre infeliz que, justo el día antes de la ofensiva, recibía un queso y ponía toda su atención en protegerlo de la voracidad de sus compañeros; con aquel soldado que, tras una atroz matanza, sostenía entre las manos una lata de conservas que no era capaz de abrir porque carecía de ningún instrumento para hacerlo; o con aquel otro que, disponiendo de siete días de permiso, se dedicaba a subir y bajar por una escalera...
En las páginas de este excelente libro hay profundas reflexiones sobre el espíritu humano, sobre la mezquindad, sobre la resignación, sobre la ira, sobre la muerte. Y hay muchos silencios. Muchísimos. Y son silencios que nos ayudan a sentir el desasosiego de sus protagonistas.
Pero lo más importante es que todos los relatos están escritos con una bellísima técnica, donde la sintaxis se vuelve mirada, o al revés. Si uno de los prodigios mayores de la literatura consiste en descubrir autores que saben crear atmósferas con sus palabras, Jesús Zomeño pertenece a la categoría de los mejores.

Un libro, sin duda, muy recomendable.

martes, 16 de agosto de 2016

Los vikingos de Marte



Que a un investigador estrafalario se le tome en serio (y estoy pensando en personajes del estilo de Erich von Däniken) constituye una simple anécdota en la historia literaria. Pero que a un analista serio, documentado y solvente se le tome en broma por el simple hecho de que se aproxime a temas salpicados por innumerables tomaduras de pelo roza los límites de la tragedia. El bioquímico Alejandro Navarro Yáñez, que es también doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, acaba de publicar con el sello Guadalmazán un espléndido volumen cuyo singular título (Los vikingos de Marte y otras historias científicas sobre la búsqueda de vida extraterrestre) podría desorientar a más de un lector. Y podría hacerlo porque el tomo, lejos de ser un compendio de tonterías, excentricidades, bulos y fraudes, presenta una aproximación rigurosa al fenómeno de los ovnis y del origen de la vida en la Tierra.
Por tanto, quien espere encontrar aquí informes secretos sobre autopsias realizadas a alienígenas, revelaciones sobre objetos extraterrestres hallados en excavaciones arqueológicas o misteriosas fotos sobre platillos incrustados en los hielos de la Antártida, que se vaya buscando otro libro. Más bien se encontrará con citas de Flavio Josefo, fragmentos de textos noruegos del siglo XIII, referencias a Luciano de Samósata o Giordano Bruno (“el heterodoxo monje y erudito que abogó por la pluralidad de mundos habitados”, p.79) o explicaciones sobre los experimentos realizados por Louis Pasteur para determinar si era posible la existencia de vida por generación espontánea. Es decir, un planteamiento riguroso, académico y objetivo, que no cede nunca a la tentación del sensacionalismo.
El investigador Alejandro Navarro nos habla con la misma seriedad del incidente Roswell que del meteorito ALH84001 (que procede de Marte y que contiene moléculas orgánicas complejas, indicadoras de vida incipiente), del radiotelescopio Big Ear que de las presuntas abducciones. Y lo hace con una prosa amena, informativa y que no pierde nunca su gran altura científica.

Quien quiera conocer lo último en investigaciones sobre los planetas que flotan más allá de nuestro sistema solar, sobre la sopa primordial, sobre los hallazgos de agua congelada en varios cuerpos celestes de nuestro entorno o sobre los experimentos que se llevan a cabo en Río Tinto (Huelva) sobre organismos extremófilos, que acuda a estas páginas. Para todo lo demás, que acuda a las páginas absurdas de Internet.

domingo, 14 de agosto de 2016

Los persas



Los soldados persas se encuentran luchando contra Grecia a las órdenes del rey Jerjes. Su madre, la reina (viuda de Darío), está teniendo sueños inquietantes sobre estas luchas lejanas. Por fin, para disipar cualquier duda, un mensajero confirma la terrible desgracia: los persas han sido derrotados sangrientamente en Salamina. El rey Jerjes ha sobrevivido, pero los más aguerridos de sus lugartenientes han encontrado la muerte, en una jornada aciaga para los intereses persas (“Nunca, entiéndelo bien, nunca en un solo día una multitud tan numerosa de hombres ha perecido”). La reina, abrumada por el dolor, se retira a su palacio.
El espíritu de Darío aparece entonces y se lamenta por esta desgracia, aunque la achaca a la osadía de su hijo Jerjes, que se ha labrado su propia desgracia (“Cuando uno mismo se afana en su perdición, los dioses colaboran con él”).
Cuando el propio rey derrotado llega ante el coro persa, todo son lamentaciones, ayes y vertido de lágrimas por su desgracia, en un crescendo doloroso muy notable; y concluye la obra.

Decir que un texto que tiene 2500 años de antigüedad aún puede leerse con emoción es un auténtico milagro. Esquilo lo hace posible en estas páginas.

domingo, 7 de agosto de 2016

Grandes misterios del Cristianismo



En ocasiones, cuando un tema se ramifica y se vuelve demasiado complejo, es necesario que alguien acometa la misión de clarificarlo mediante un resumen. Y si en este resumen consigue aunar el rigor y la amenidad, introduciendo una buena dosis de datos y aportando opiniones serias y meditadas, el resultado no puede ser sino francamente interesante. Es lo que hizo José Gregorio González en este libro que publicó Nowtilus con el rótulo de Grandes misterios del Cristianismo, dentro de su colección Historia Incógnita.
Si se consulta el índice del volumen se verá que la cantidad de temas que el autor aborda es muy atractiva, y que cubre casi todos los flancos que la curiosidad humana ha desatado en torno a los enigmas generados por la religión cristiana, muchos de los cuales han sido revitalizados en los últimos tiempos por el mundo del cine (Steven Spielberg) y de la novela más oportunista (Dan Brown): el Arca de la Alianza, el Santo Grial, la Sábana Santa de Turín, los claroscuros que rodean a la figura de María Magdalena, las profecías sobre el fin del mundo, etc. Temas que, por sí solos, actúan como imán para que centenares de lectores se abalancen sobre un libro y recorran sus páginas con avidez. Pero lo más elogiable de este tomo es que José Gregorio González, lejos de buscar el efectismo facilón, se somete a una disciplina rigurosa: aporta datos fiables, analiza la evolución histórica de cada uno de los problemas tratados, e incluso acompaña su texto con algunas fotografías de ineludible interés (por ejemplo, esa imagen asombrosa de la “anomalía del Ararat”, en la que muchos quieren ver la silueta del arca de Noé, que puede verse en la página 23; o la anonadante pintura del siglo XIV conservada en Visoki Decani, en la que se pueden ver dos posibles platillos volantes, junto a la escena de la crucifixión de Jesús, en la página 237).
Quien se adentre en esta obra se sumergirá en un mundo lleno de extraños pliegues, donde lo histórico se enriquece con la niebla del misterio, y donde conocerá las profecías hechas por el papa Juan XXIII, se enterará de las últimas informaciones científicas sobre la Síndone turinesa, leerá un espléndido resumen de la historia de las apariciones de Fátima, conocerá los pormenores de la historia del Grial, sabrá que la historia del Código Da Vinci podría haberse ambientado en España (véanse para ello las páginas 114 y 115) y tendrá noticia sobre lo que opina el autor sobre el famoso “código secreto” de la Biblia, que tantos miles de páginas provocó hace unos años, desde que Michael Drosnin lo popularizara.

Un libro fascinante, lleno de sugerencias, laberintos y enigmas, que cautiva de principio a fin.

viernes, 5 de agosto de 2016

El concierto de san Ovidio



Estamos en Francia en el último tercio del siglo XVIII, en un hospicio donde se acoge a personas ciegas. Entre ellos se encuentra David, que vive con la ilusión redentora de que, en el futuro, las personas que no ven sean capaces de leer y de interpretar música de forma plena y autónoma. No obstante, aparece en su camino el infame Valindin, que ha conseguido engatusar a la madre superiora del hospicio para que seis de los invidentes puedan ser utilizados como músicos de pantomima… Les intentan convencer de que compondrán una orquesta seria, para deleite del público, pero la realidad es que sirven de mofa a éste, pues los disfrazan con vestidos ridículos, los coronan con orejas de burro y les ponen al revés las partituras, mientras ellos rascan con desaliño sus instrumentos.
Sólo David mantendrá la dignidad; sólo él seguirá obstinado en tomarse en serio la música y afrontar la burla con la frente alta…
Adriana, una mujerzuela que convive con Valindin y que se enamora de David, será el detonante para que éste termine optando por una solución violenta a su situación, cuyas consecuencias serán espantosas para todos.
Antonio Buero Vallejo, admirable siempre, brillante siempre, nos presenta aquí una profunda reflexión sobre los seres desfavorecidos, sobre la crueldad de la sociedad que los circunda y sobre la entereza de quienes encuentran el coraje necesario para aferrarse a su esperanza y plantarle cara al infortunio.

Para quitarse el sombrero, el cráneo y hasta la cabeza.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Efectos personales



Lola Gutiérrez no es una estrella fugaz, ni una figura celeste que esté dispuesta a pasar rápida por el firmamento de las letras. Todo indica que ha venido para quedarse. La última prueba la tenemos con estos Efectos personales que le publica la editorial MurciaLibro dentro de su colección Soportales. Se trata de un ramillete de textos de muy variada condición, que oscilan entre el minicuento, el artículo de opinión y el apunte de costumbres, y en los que Lola se decanta en cada caso por uno de los senderos… o por la mezcla. Y lo hace con un lenguaje lleno de humor y de sencillez, que llamará la atención de un buen número de lectores.
En estas páginas nos encontramos con un abanico temático amplísimo: ensoñaciones eclesiásticas, llenas de nombres visigodos y giros argumentales curiosos (“¿Dónde leemos?”); explicaciones de cómo la mala fortuna puede presentarse en las mil zarandajas de la vida cotidiana (“Nunca jamás”); relatos donde los sueños sirven como advertencia para prevenir las miasmas del futuro (“Recomenzar”); historias que podrían servir como germen para una novela, en un futuro inmediato (“La dama”); hermosos cantos de esperanza, que Lola nos deja ante los ojos con perfecta naturalidad dulce (“Cuéntame un cuento”); episodios oníricos donde se nos ofrecen situaciones tan deseadas como efímeras (“El hombre de mis sueños”); tristes detalles de una enfermedad (“Viaje a ninguna parte”); rememoraciones de algunos momentos de la infancia (“Mi primera vez”)… Y, sobre todo, grandes dosis de sentido del humor, que se manifiestan en giros sintácticos, palabras sabiamente escogidas y explicaciones que nos instalan una sonrisa en el rostro (por ejemplo, cuando contempla una corona funeraria y no se resiste a anotar: “¿Por qué le llamarán a eso coronas? Se supone que una corona va encima de la cabeza, y esos arreglos florales más que coronas parecen salvavidas. Pero, claro, a ver cómo le mandas a un muerto un salvavidas”, p.27).
Lo mejor de Lola es que se advierte en sus líneas que ella no pontifica, sino que habla, que se dirige a sus lectores con un lenguaje próximo, con unos argumentos sencillos y con personajes cotidianos, a los que nos podríamos encontrar en la calle, en la barra del bar, en la orilla de la playa, en un banco del parque… o en nuestro espejo del cuarto baño. Así es su estilo literario, así es su concepto de la literatura, y les aseguro que obtiene con esas premisas unos resultados sumamente eficaces.

MurciaLibro, un sello capitaneado por Francisco Serrano, sigue con su tarea admirable de enriquecer el panorama cultural de nuestra Región. Los lectores estamos de enhorabuena.

lunes, 1 de agosto de 2016

La cantante calva



Supongo que cada edad lectora tiene sus ventajas e inconvenientes: lo que se gana en experiencia, madurez o conocimiento se pierde en inocencia y disfrute puro. No creo que sea algo bueno o malo. Es simplemente así.
Recuerdo que cuando leía durante mi juventud las obras de Eugène Ionesco me producían una sensación explosiva de frescura, de humor, de innovación. Pero cuando las retomo en la madurez no me ocasionan sino bostezos. No me estoy refiriendo, evidentemente, a su calidad literaria, sino al impacto que producen en mí. Ya no hay sonrisas, ni deslumbramiento, ni aplauso. Hay, como diría el desaparecido Pepe Perona, bahísmo (de “bah”).
La repetición tediosa y más bien infantil de gags (que el señor Smith es inglés, está casado con la señora Smith que también es inglesa, tienen un habla inglesa, conversan como ingleses, viven en una casa inglesa, calzan zapatillas inglesas, etc) se agota cuando, a las cinco o seis repeticiones, te descubres pensando: “Vale, muy ingenioso. A ver después”. Y después sólo hay más de lo mismo. Los procedimientos de Ionesco no me resultan menos insufribles que las retahílas del último Camilo José Cela. Sigo sonriendo con alguna de sus frases (“Tomen un círculo, acarícienlo, y se hará un círculo vicioso”), pero poco más.

El teatro del absurdo y yo. Uno de los dos se ha hecho viejo.