lunes, 20 de junio de 2016

Desplazamientos



La editorial Candaya tuvo hace unos años la feliz idea de publicar, bajo el título de Desplazamientos y con prólogo de Juan Antonio Masoliver Ródenas, una serie de poemas de Pedro Serrano, que muestran lo más exquisito de sus últimos veinte años de producción literaria.
Estamos ante una obra densa y conceptual, de no fácil lección, pero que en modo alguno podríamos tildar de fría o inaccesible. Se trata más bien de que las emociones del poeta se encuentran codificadas bajo símbolos pudorosos, donde la exactitud emocional se combina con unas palabras y unas imágenes que protegen la desnudez de la confidencia. El poeta quiere comunicarnos su interioridad, pero elige unos métodos casi algebraicos para proceder a esa dación (ya explicó una vez el argentino Jorge Luis Borges que la matemática cerebral de sus versos no era sino una forma de la timidez y de la reserva). Los poemas que aquí nos ofrece Pedro Serrano son de una hondura geológica, arrancados del alma como quien alivia minerales de una cueva profunda (“A veces el poema de un derrumbe, / un lento y doloroso desprendimiento, / una oscura y escandalosa caída de piedras”, p.34), que contienen hallazgos literarios de primera magnitud y de sorprendente viveza, como cuando nos susurra que “la indiferencia huele a fotocopia / y mantequilla rancia” (p.68), o cuando juega con algunas paronomasias significativas y nos dice que en algunos lugares “la hierba hierve” (p.99).
La poesía, en fin, entendida como búsqueda, como rastreo, como ansiosa palpación desesperada, para lograr “en uno mismo al fin morder el centro” (p.72) y conseguir de esa forma que el alma del poeta logre evadirse de “la mustia mediocridad” (p.105) que a todos nos circunda y amenaza.
Pero que nos espanten los lectores menos avezados o menos animosos, porque el volumen también contiene deliciosos versos de amor, bellísimas alturas metafóricas, ritmos cautivadores... e incluso algún poema de explosivo humor, como el que puede consultarse entre las páginas 158 y 159, con el título de “El arte de fecar”, donde las sonrisas y aun las carcajadas brotan de cada estrofa.

Añádase a la edición primorosa (el sello Candaya trabaja con una seriedad y una exquisitez que ya quisiera para sí otras editoriales) el hecho de que, al final del tomo, se incluya un CD con 21 poemas leídos por el propio autor, y ya lo tendremos todo en nuestras manos: un libro hermoso, una interesante voz de poeta (leída y escuchada) y continuos fulgores líricos, brotando de cada página. Les aseguro que no se arrepentirán si se deciden a leer esta obra.

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