viernes, 1 de enero de 2016

Una cama sumamente extraña



Gracias a la traducción de Joachin De Nys para la editorial Navona podemos leer aquí estos cinco relatos maravillosos de Wilkie Collins, donde una vez más demuestra de manera excelente su musculación narrativa, que le permite guiar a los lectores para que avancen al ritmo que él desea, provocándoles conmoción, risa, sorpresa, inquietud o calma, en las dosis que cada secuencia requiere. Maestro entre los maestros, este soberbio fabulador nos propone un repóker de relatos ante los que será difícil que no aplauda hasta el lector más exquisito y exigente. En “Una cama sumamente extraña”, que da título al volumen, nos daremos un paseo por un garito infame, donde quiere el azar que un señorito rico y aburrido gane una fastuosa cantidad de dinero, hasta el punto de hacer saltar la banca. El problema vendrá cuando, aturdido por el alcohol y temeroso de que puedan robarle sus ganancias, decida pasar la noche en el garito, en una habitación de lo más inquietante y perturbadora. En “El caldero de aceite” nos desplazamos hasta una historia donde se nos plantea un caso peliagudo: ¿debe un sacerdote mantener a toda costa su secreto de confesión, cuando conoce la identidad de un asesino? Y, por otro lado, ¿vale cualquier método para lograr que un representante de Dios colabore con la Justicia? Tres hermanos que han visto cómo su padre era asesinado forzarán los límites de esta complicada situación. En “La cuna fatídica” asistiremos al desarrollo de una trama muy sencilla, pero con implicaciones turbulentas: dos niños que nacen durante un viaje por mar, de familias muy distintas (una rica y otra pobre), terminarán en las manos de la matrona... sin que ésta sea capaz de recordar a cuál de las familias pertenece cada uno. “El capitán y la ninfa” vuelve a situarnos en el mundo marítimo, con un capitán de barco que, como consecuencia de un duro trauma amoroso, terminará por odiar el mar. Y “¡Vuela con el bergantín!” es un relato canónico sobre la forma de manejar los tiempos y el lenguaje para que los lectores, gradualmente angustiados por la trama, acaben con el ritmo cardíaco acelerado. Alfred Hitchcok hubiera realizado una adaptación televisiva o cinematográfica de primera magnitud con esta historia. Salvando alguna pedrada a la gramática (ese “encima mío” que chisporrotea con olor a azufre en la página 145), la traducción es elegante y cadenciosa, y nos permite disfrutar de los relatos del maestro inglés con una fruición similar a la que debieron sentir sus primeros lectores. Gloria por siempre a Wilkie Collins.

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