viernes, 11 de septiembre de 2015

Diario del Nautilus



Recuerdo que la primera vez que leí las páginas de Diario del Nautilus (allá por 1992, más o menos) me sorprendió el cuidado extremo que aquel muchacho de Úbeda ponía en cada adjetivo, en cada sustantivo, en el ritmo de cada frase, en la elección de las citas literarias. Y me sorprendió, fundamentalmente, porque aquellas hojas estaban destinadas a aparecer, no en la editorial Planeta, ni en el suplemento de libros de ABC, ni en sitios similares, sino en un simple periódico de Granada. Muy poca gente (casi nadie, en realidad) se habría impuesto a sí mismo tales molestias estilísticas para un escaparate tan modesto. Pero es que Antonio Muñoz Molina, desde el principio de su trayectoria, fue consciente de que la perfección literaria hay que labrársela cuidando al milímetro cada párrafo que vaya a aparecer sobre tu firma.
Por eso, los artículos de Diario del Nautilus son tan hermosos, tan elegantes, tan esféricos, tan marmóreos. Carecen de fisuras y puntos débiles. A veces nos habla de muchachas francesas que quieren ser fecundadas con el semen que dejó congelado su marido muerto; de la osadía que desplegó Julio Iglesias a la hora de versionar el mítico tema de la película Casablanca (y contra quien pide represalias: “Al fin y al cabo, dicen , las villas con piscina de Miami Beach son extremadamente vulnerables desde el mar”, p.20); de la triste amnesia que desbarató la mente de María Teresa León, pareja de Rafael Alberti, durante sus últimos tiempos; del desgarro que ha sentido al enterarse de la muerte de Julio Cortázar; de las maravillas sin fin que pueden pregonarse del Ulises de James Joyce... En el fondo, el tema no deja de ser en estos escritos un aspecto más bien secundario, porque lo importante es, siempre, el primor formal, rítmico, que Antonio Muñoz Molina se obstina en imprimir a cada frase.
Y luego, como sustrato, las erudiciones literarias del autor jienense, siempre oportunas y expresadas con tino y humildad: Poe, Quevedo, Cocteau, Neruda, García Lorca, Mary Shelley, Verne, Bécquer, Homero, Defoe, Cunqueiro, Aub, Cervantes, Borges, Góngora, Lovecraft...

El genio estaba ya presente desde sus primeros libros.

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