jueves, 2 de julio de 2015

El camino de las luciérnagas



La niñez y la adolescencia son períodos en los que nuestro carácter se encuentra en proceso de construcción, y quizá por eso las influencias positivas y negativas que sobre nosotros gravitan durante esos años pueden llegar a convertirse en huellas indelebles. Es lo que le ocurre a Atanasio Cuervo Feliz, protagonista de El camino de las luciérnagas, de Mónica Rouanet. En el año 1985, éste era un muchacho tímido, acomplejado con su nombre, incapaz de relacionarse con soltura con los chicos y chicas de su entorno, centrado en sus estudios, respetuoso con la familia y con los religiosos de su colegio y que, de pronto, se vio alterado en su rutina por la presencia de un muchacho llamado Anselmo Pandero, que se incorporaba como nuevo alumno a su aula. Éste era todo lo contrario que él: guapo, mentiroso, vago, bebedor, fumador y, sobre todo, insuperable en su faceta manipuladora. Durante unos meses, Anselmo (Hans) se adhirió como una lapa a Atanasio (Tano) y se dedicó a obtener de él ayuda en los exámenes y en sus escapadas nocturnas, intentando que se sintiera culpable cuando no le prestaba el auxilio incondicional que éste le exigía una y otra vez, insaciable y egoísta.
Ahora, un cuarto de siglo después (2011), Atanasio ejerce como secretario judicial y está felizmente casado con una forense llamada Paula (quien fue durante unas semanas la “novia oficial” de Anselmo). Acaba de llegar a sus manos el expediente de un siniestro que debe ser investigado, por sus extrañas características: han muerto tres personas en un anómalo accidente de coche. Son los padres y el hermano de Anselmo, a quienes Atanasio creía ya fallecidos. De ese modo tan desagradable, el obsceno manipulador vuelve a irrumpir en la vida de Tano, y lo hace con los modales y el temperamento de siempre: queriendo que le eche un cable en la resolución del papeleo, coaccionándolo para que haga la vista gorda ante los detalles oscuros... e insinuándole que entre Paula y él guardan un cenagoso secreto que jamás le han confesado.

Alternando con eficacia y fluidez los episodios temporales (1985-2011), la alicantina Mónica Rouanet consigue con esta novela una narración de enorme belleza y magnetismo, que desde luego es imposible conseguir por casualidad. No les extrañe que nos encontremos ante una de las voces más interesantes de la narrativa española de los próximos años. Estén pendientes del augurio. Y empiecen leyendo este volumen que publica con la elegancia habitual el sello La Fea Burguesía.

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