martes, 14 de abril de 2015

Aprendiz de Homero



Dice el refranero castellano que es de bien nacidos ser agradecidos. Y esta máxima se encuentra en la raíz del libro Aprendiz de Homero, que Nélida Piñon publicó en el sello Alfaguara, traducido por Monserrat Mira. En este volumen, la famosa escritora brasileña (aunque sus orígenes hay que buscarlos en la gallega población de Cotobande) realiza un balance de sus deudas de tipo cultural y se apresta a genuflexiones. ¿Quién sería yo (se dice y nos dice) sin todos los recuerdos que me vienen de mi niñez lectora; sin la voz recia y antigua de Homero latiendo por mis venas; sin la fantasía loca que Cervantes inyectó en el mundo con las aventuras de su loco caballero don Quijote; sin los ojos doloridos con los que Machado de Assis miró su entorno; sin la amistad (que ya dura décadas) de Mario Vargas Llosa; sin la gravitación que la saga de los Buendía ha propagado por el firmamento narrativo hispanoamericano? Nélida Piñon, una autora engalanada con infinidad de premios y reconocimientos (pertenece a la Academia Brasileña de las Letras y a la Academia de Filosofía de Brasil, es premio internacional Menéndez Pelayo, premio Príncipe de Asturias, etc) se olvida aquí de quién es, y dedica sus páginas a decirnos, con humildad y con un fervor lleno de agradecimiento, a quién le debe ser como es, qué autores y qué obras prendieron en su alma el vértigo de la literatura, desde que sus padres fomentaron en ella, siendo muy niña, el amor a la letra impresa. Lo curioso y lo emocionante es que se trata de amores literarios que Nélida Piñon exhibe con la normalidad de quien nos habla, no de grandes genios, sino de personas próximas a la piel de su corazón (“Homero es un amigo del alma. Y aunque no le envíe faxes, o correos electrónicos, le inscribo en la categoría de los seres a los que recurro en la madrugada, si los necesito”, p.296).
Súmense a este catálogo de deudas las páginas deliciosas (y a veces incluso combativas) con las que Nélida Piñon reivindica el papel silente pero decisivo de la mujer en la historia, tanto en su vertiente literaria (“Dulcinea, la agonía de lo femenino”) como en la religiosa (“La sonrisa de Sara”) o en la social (“La memoria secreta de la mujer”), y se obtiene un volumen excelente, que llena de luz las manos que lo portan y de inteligencia los ojos que lo leen.

Afirma la autora brasileña, en la página 132 de este libro misceláneo, que “es necesario saber si habrá, en el futuro, quien llore por nosotros”. La pregunta es dolorosa, pero en el caso de escritores como Nélida la respuesta es transparente: se llorará por ella cuando dejemos de recibir de sus manos páginas tan maravillosas como las que componen Aprendiz de Homero.

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