viernes, 27 de marzo de 2015

Descortesía del suicida



Hace ya muchos años (casi dieciocho) que el argentino Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953) obtuvo con Descortesía del suicida el premio de narrativa breve Villa de Chiva; y la obra se publicó en una tirada reducida, que pasó más bien inadvertida para la gran masa de lectores. Pero en 2008, con un breve pero inteligente prólogo de José María Merino, la editorial Candaya decidió enmendar esa injusticia y volver a sacar a la luz pública esta obra, que presenta veinticuatro textos más que la edición príncipe. Y fue, sin duda, una feliz noticia. No andamos tan sobrados de libros inteligentes, bien escritos y rebosantes de ironía en el mundo de las letras hispanas como para permitirnos la estupidez de ignorancia la excelencia de este volumen, auténtico cofre del tesoro para los paladares más variados.
Consciente de que su vida (y en el fondo la de cualquiera de nosotros) es un simple borrador, Vitale constata con socarronería la posibilidad de transgredir esa amargura (“Debería pasarme a limpio”, p.19); establece una reflexión sobre los límites del pesimismo, que puede llegar a ser paródico si lo analizamos con la suficiente perspectiva (“¿Cómo es posible que todos los años hayan sido el peor año de mi vida?”, p.31); acaricia la consolación que nos puede llegar mediante el lenitivo edulcorado del humor (“Quien paga manda: Mi peluquero insiste en que no me estoy quedando calvo”, p.40); nos alerta sobre la repulsiva condición de algunos de nuestros semejantes (“Estoy harto de los antipáticos que se hacen pasar por tímidos”, p.52); resume su vida en cuatro pinceladas magistrales, que bien podrían servir como retrato de millones de personas (“A los once años comprendí que nunca sería un gran pintor. A los catorce, que nunca sería un gran futbolista. A partir de entonces he estado abierto a toda clase de decepciones”, p.59); medita sobre la belleza guadiánica de las féminas, en un aforismo que hubiera hecho las delicias de Francisco Umbral (“¿Dónde se ocultan en invierno las mujeres de la primavera?”, p.75); esmalta contundentes máximas políticas, recubiertas con el barniz amable de la ironía (“La sonrisa de Drácula: El candidato sonríe a los desmemoriados”, p.95); o trata de convencernos de la necesidad de mantener en todo momento nuestras ideas y nuestras opiniones por encima de las adherencias externas (“Déjate guiar. A donde quieras ir”, p.107).

Ni un simple resquicio de nuestra vida o de nuestra muerte queda sin analizar en este libro iconoclasta, valeroso, aguerrido e insultantemente bien hecho, que parece haber sido redactado por destilación. Decía Baltasar Gracián que más obran quintaesencias que fárragos. Y ese dictamen podría servir como marbete para esta obra de Carlos Vitale. Quien abra estas páginas editadas por Candaya elegirá la vía de la inteligencia y de la reflexión.

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