jueves, 2 de octubre de 2014

Mario y el mago



Volver de vez en cuando a los clásicos que amamos, para leer sus obras menos famosas o para releer las que ya degustamos años atrás, siempre es una buena idea: bien porque nos aporta hermosura, bien porque nos suministra matices (positivos o negativos) que completan y perfeccionan la imagen que teníamos. En este volumen que hoy comento se unen dos novelas cortas de Thomas Mann, traducidas por F. Oliver Brachfeld y editadas por Plaza & Janés.
La primera es Mario y el mago, que se ambienta en Torre di Venere, cerca del mar Tirreno, y que nos relata una velada incómoda pero magnética en la cual el mago Cipola ejecuta sus trucos como hipnotizador. El modo desdeñoso y altanero en que trata al público, la mezcla de admiración y repulsa que genera, sus constantes libaciones alcohólicas y, finalmente, su burla hacia la virilidad y el amor no correspondido de un pobre camarero local, terminan derivando en catástrofe.
La segunda propuesta, mucho más wagneriana, lleva por título Sangre de Welsas, y nos instala en los días previos a la boda de la joven Sieglinde con su vulgar prometido Beckerath. Mientras que la muchacha pertenece a una familia riquísima (y algo snob), su futuro esposo es un simple empleado, un burgués sin más virtudes aparentes que la cortesía gris y la mediocridad. Este cuadro narrativo se complica con la presencia de Sigmundo, el hermano mellizo de Sieglinde, quien mantiene con ella una vinculación tan fraternal como cenagosa: caminan dándose la mano, gustan de acariciarse sin ningún recato, se besan en los labios...

Maestro de las atmósferas ambiguas y de las relaciones turbias, Thomas Mann nos asombra e inquieta, una vez más, en estas páginas.

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