sábado, 16 de agosto de 2014

Las afueras de Dios



“Cualquier paso que yo he dado en mi vida, entiendo que ha sido por amor”, dice Clara Ribalta, la monja protagonista de este libro, en su página 261. “Hay pocos gestos que yo haya hecho que no hayan sido gestos de amor”, le confesaba Antonio Gala a Joaquín Soler Serrano, en una entrevista televisada hace años. Demasiado parecido para que se trate de una simple casualidad. Y si a tal similitud de posturas vitales añadimos que Clara Ribalta (la hermana Nazaret) abandona su convento por una crisis íntima, y que al escritor de Ciudad Real le ocurrió lo mismo en la Cartuja, convendremos en que esta obra tiene mucho de aparentemente autobiográfica.
Una autobiografía, todo hay que decirlo, redactada con una prosa sugerente, algodonosa, llena de efluvios musicales, de ternura sin fin y de orquestación de violines: nadie va a negarle a estas alturas (¿harturas?) al escritor de Brazatortas su facilidad de palabra. Y yo le concedo también ese título. Pero lo que me niego a admitir es que este soporífero tocho de casi cuatrocientas páginas sea una novela, ni tenga pulso ni atractivo de tal. No basta con “escribir bien” para “escribir novelas”: hace falta construir una trama, moldear unos personajes sólidos y creíbles, y engarzar todo eso con tino y sensatez. ¿Y qué es lo que hace Gala en este libro? Pues, en síntesis, dividir su obra en dos partes, y elaborar en ella dos plastas de difícil digestión: la primera (“La hermana Nazaret”) no pasa de ser un catálogo gerontológico de escaso interés novelesco; y la segunda (“Clara Ribalta”) es una colección de diapositivas donde Gala nos endilga su particular catecismo, sus preguntas y respuestas sobre Dios, el alma, la fe y la muerte. En suma, un plomazo de proporciones más que considerables, donde nuestro bastonero más mercantil y melifluo vuelve a demostrar que es el fray Gerundio de Campazas de la cursilería, el Paravicino de la ñoñez verbosa, el Ramonet de las perogrulladas.
El maestro Fernando Lázaro Carreter escribió, en 1980, un juicio que podría aplicarse perfectamente a este libro de Gala: “Es natural que la cólera se desate contra el escribidor por habernos arrebatado un trocito de vida tan tontamente”. Eso es lo que ocurre. Que mientras que podríamos haber empleado nuestras horas (que, como se sabe, están contadas) leyendo un volumen meritorio, honesto, profundo y enriquecedor, las hemos malgastado acercándonos a esta monja (que como personaje es bien poco sostenible) y a este argumento (que está confeccionado con hilvanes tan frágiles que se encuentran al borde del descosido). Es una exhibición lamentable de morro que un autor tan admirado como Antonio Gala acepte pergeñar ladrillos tan infumables como Las afueras de Dios, sobre el que sus estudiosos futuros pasarán necesariamente de puntillas.

Una vez escribió el corrosivo Voltaire: “La Fama dispone siempre de dos trompetas. Una de ellas, aplicada a su boca, celebra las hazañas de los héroes; la otra trompeta se la aplica al ano, y se sirve de ella para enterarnos del fárrago de volúmenes recién publicados, que se escriben en un mes y mueren en un día”. Yo tengo muy claro con cuál de las dos trompetas celebrará la Fama este libro de Antonio Gala. Si ustedes desconfían de mi palabra o entienden que exagero (lo cual es legítimo), léansela. Y luego hablamos.

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