miércoles, 20 de agosto de 2014

Furia



Si ustedes quieren, me pongo estupendo y comienzo a hablarles de los primores intertextuales de esta novela de Salman Rushdie (Furia), o de la complejidad psicológica de sus personajes, o de la hondura barroca de su concepción desde el punto de vista neo-estructuralista. A mí, si he de ser sincero, no me cuesta ningún trabajo. Pero la verdad, la auténtica verdad, es que el escritor hindú nos dejó en estas páginas un plomo del tamaño del Titanic; y que, como el Titanic, se va a pique nada más adentrarse en ellas.
Nos cuenta la indefendible historia de Malik Solanka, un sesudo profesor de la universidad de Cambridge que, un buen día, seducido por los oropeles de la fama, decide cambiar de trabajo, de lugar de residencia y de entorno familiar. Parte entonces hacia Nueva York, donde abandona la docencia y se dedica a la fabricación de muñecas-filósofo (así, como suena) destinadas al mundo de la publicidad, la televisión y los dibujos animados. En su camino surge también la espectacular Neela Mahendra, un pedazo de señora que lo involucra en una revolución bananera en el lejano país de Liliput-Blefuscu. Y hay también una chica jovencita, cuya sensualidad lo desnorta a ratos. Y un grupo de jovenzuelos de la calle, que resultan ser unos genios de la informática. Y una misteriosa ola de crímenes que enrarece el ambiente a su alrededor. Y la esposa y el hijo que Malik ha dejado a sus espaldas.
Al final del libro (no tengo cuajo para llamarlo novela, espero que ustedes me disculpen), el lector solamente tiene clarísimo un detalle: el protagonista se apellida Solanka. No en vano, Salman Rushdie repite la palabreja en 578 ocasiones (he tenido la benedictina paciencia de realizar el cómputo, dado que la obra no parecía contener nada más entretenido o inteligente en lo que posar los ojos).

Lo que ignoro es por qué alguien tan reputado como Salman Rushdie entregó a sus lectores una tontuna de este calibre. Quizá la explicación haya que buscarla en Padma Lakshmi, un vertiginosa modelo de 30 años que se había enamorado perdidamente del sesentón hindú desde que éste firmó un contrato millonario con la editorial Random House. Las prisas y el atolondramiento no son nunca buenos consejeros para la literatura.

No hay comentarios: