domingo, 15 de junio de 2014

Auto...



Pocas veces —mea culpa— traigo a esta página obras de teatro. Y no es, naturalmente, porque desdeñe el género, sino más bien porque la densidad visual que imponen en las mesas de novedades otros géneros (novela, cuento, ensayo) es tan abrumadora que casi siempre obtura la existencia comercial del arte de Talía. Pero he aquí que Ernesto Caballero (Madrid, 1957) acaba de ser publicado por Cátedra en un volumen primoroso que, en edición de Fernando Doménech Rico, contiene tres obras: Auto, Sentido del deber y Naces consumes mueres. Y esta ocasión me sirve para romper una dinámica que ni me satisface ni es justa: la de preterir las buenas voces dramáticas que hay en España.
Auto nos sitúa en una enigmática, silenciosa y desnuda sala de espera, en la que cuatro personajes (un matrimonio, la cuñada y una autoestopista) aguardan nerviosos una comparecencia o un llamamiento. Han tenido un aparatoso accidente de coche (un camión les ha embestido por detrás) y, suponen, están pendientes de declarar en el juicio. En esta atmósfera densa y opresiva, que resulta imposible no relacionar con la pieza A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, todos irán vaciando sus almas de miserias y descubriendo infidelidades, venganzas, rencores y vómitos encharcados en el estómago a causa de la decepción o la rutina. Sentido del deber transcurre «en una casa-cuartel de la Benemérita, aquí y ahora: en la nueva España de todos los tiempos» (p.192) y nos habla de amores interrumpidos pero nunca olvidados, del aburrimiento, de la claustrofobia y de ciertos impulsos barrocos acerca del honor que nunca han llegado a desaparecer del todo del alma hispana. Honra, sospecha, asesinato y suicidio se dan la mano en un texto de título doblemente simbólico.
Y Naces consumes mueres, la obra con la que se cierre este espléndido volumen, nos coloca en escena a cuatro actrices que han sido contratadas para representar una obra de teatro que sirva de apertura para un congreso sobre Economía y Espiritualidad. El texto escogido para tan asombrosa ocasión es un auto sacramental de Calderón de la Barca (El gran mercado del mundo), que les da pie para reflexionar crítica y agudamente sobre la situación del mundo que nos rodea, con sus activos tóxicos, sus índices bursátiles, su estafa inmobiliaria, sus manipulaciones ideológicas, su compleja red de mentiras interesadas y fraudes de todo tipo y su Gran Hipocresía, donde todos se lavan las manos cuando llega la hora de rendir cuentas... Es un texto inteligente y cirujano, donde se investiga en las entrañas de la actualidad, pero quizá falle en su fluidez escénica: en ningún momento he llegado a sentirla como propuesta teatral, sino más bien como un discurso de gran hondura sobre nuestra sociedad. Paula, una de las actrices, se referirá así a la generación de los derrochadores: «Se han comportado como el heredero decadente que dilapida la fortuna de sus progenitores, y ahora nos exigen lo imposible, que hagamos lo que ellos nunca han hecho, que nos comportemos como nunca hemos visto comportarse a nadie» (p.262).

Son tres propuestas de enorme interés de quien no sólo es un autor de sólida trayectoria, sino uno de los hombres de teatro más reconocidos de España (en octubre de 2011 fue nombrado director del Centro Dramático Nacional). Un volumen para leer y conservar con agrado.

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