lunes, 23 de diciembre de 2013

Librerías



Afirmaba Camilo José Cela en la primera página de su obra La familia de Pascual Duarte que «hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas». A mí, por esas casualidades que a veces tiene la vida, se me ordenó marchar por el camino de los libros. No en vano pasé la mitad de mi niñez junto a mi tía Esperanza, que era bibliotecaria. Por eso siento una especial inclinación por las bibliotecas, los archivos y las librerías, que se me antojan lugares especialmente hermosos y amables. De tal manera que nada más tener noticia de que el premio Anagrama de Ensayo había reconocido como finalista a Jorge Carrión por una obra con el título Librerías procuré hacerme de inmediato con el volumen, para leerlo y valorarlo.
El propio Jorge Carrión, en la página 269 de su estudio, indica que «la infancia y, sobre todo, la adolescencia son las épocas en que uno se vuelve amante de las librerías». A él, según confiesa, le influyó también el hecho de que su padre, trabajador de Telefónica por las mañanas, completaba su sueldo como representante del Círculo de Lectores por las tardes. Aquel hijo que observaba la casa familiar llena de libros es ahora un viajero que procura conocer todas las librerías de las ciudades que va visitando, desde las más sofisticadas y populosas hasta las más humildes, completando una especie de pasaporte emocional e intelectual, donde quisiera cobijar todos los sellos diplomáticos del mundo. Nos hablará, por ejemplo, de la librería Charing Cross Road (que está en Londres), cuya extravagante dueña durante un buen montón de años, Christina Foyle, se negaba a usar teléfonos, calculadoras o cajas registradoras en el local (p.44); o de la librería Bertrand (fundada en 1732), la más antigua del mundo entre las que siguen en activo; o de una librería australiana (Angus & Robertson) que, olvidándose de la tradicional fusión entre café y librerías, «ha iniciado una campaña a partir del binomio Libros y cerveza» (p.261).
Pero es que la obra contiene también informaciones curiosas (como la que encontramos en la página 120, donde nos explica que «Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, leyó Mein Kampf en 1934 y convenció a Pío XI de la conveniencia de no incluirlo en el Índex, para no enfurecer al Führer») y algunas interesantes opiniones de Jorge Carrión relacionadas con el mundo de los libros («Nos ha tocado vivir el lentísimo fin del libro de papel, tan lento que quizá nunca llegue a ocurrir del todo», asegura en la página 241). En suna, nos hallamos ante un volumen enjundioso pero ameno, plagado de fotografías y de referencias chocantes, donde se nos permite viajar por las principales librerías del globo, desde Estados Unidos a Australia, pasando por Italia, Brasil, China, Alemania, Francia, España o Argentina.

No estamos pues ante el libro de un diletante, ni ante el libro que redactaría un bibliófilo, sino ante el conjunto de páginas de una persona que, movida por un afán invencible y quizá inexplicable, entra en una librería tras otra, coge los tomos, los repasa, los huele, lee párrafos al azar, escucha la música silenciosa de los volúmenes y compra algunos. Un enamorado.

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