domingo, 3 de noviembre de 2013

Montaigne y la bola del mundo



La pregunta es tan retórica como intrigante, y seguro que nos la hemos formulado más de una vez: ¿qué pensaría X de esto? O dicho de una forma ejemplar y con nombres concretos: ¿qué pensaría Platón de la enseñanza de hoy en día? ¿Qué pensaría Aristóteles de la física cuántica? ¿Qué pensaría Nietzsche de Internet? Es un modo de ficción intelectual con el que se corren riesgos, quién se atrevería a dudarlo, pero que puede llegar a ser muy revelador, porque nos permite afrontar los problemas de un modo diferente. Javier Mina acaba de ofrecernos un experimento de esta índole, que lleva por título Montaigne y la bola del mundo, y que le publica el sello Berenice.
En sus páginas, y apoyándose siempre en los textos de Michel de Montaigne, se busca hacernos reflexionar sobre mil y un temas que, de una manera u otra, conforman la esencia de nuestro mundo. Lo chocante es que Javier Mina, sin dejar de ser él mismo y de aportar su visión subjetiva de las cosas, trata de ser también Montaigne. Empapado de sus ideas y de su método intenta construir respuestas “montaignescas” que sean sólidas y atinadas. A mi juicio, lo consigue. Nos habla, por ejemplo, de Internet y de la infoxicación (es decir, el exceso de información que puede venirnos por vía informática, y que más que movilizarnos nos paraliza y anula); de las falsas profecías milenaristas, tan recurrentes como espectaculares (la última, relacionada con los mayas); del movimiento de los indignados (p.240); de la famosa memoria histórica y su relación con la guerra civil española de 1936; del brutal Holocausto judío; de los no menos brutales sistemas de represión y penalización en la Rusia soviética de Stalin; de los excesos flagrantes de la neopedagogía (p.252); del terrorismo de ETA; de los idiotas morales; de los nuevos cocineros (p.254); del rol paternalista que está adoptando el Estado (cada día con más virulencia y más desvergüenza); y de otros temas, tan variados como interesantes.
Pero es que Javier Mina no elude en ningún momento las afirmaciones categóricas y polémicas, que vienen a convertirse en la parte más sabrosa del volumen. Sirvan dos ejemplos, mientras dejo los demás para los lectores del tomo: los derechos de los animales, sobre cuyo reconocimiento es contundente (afirma que admitir esos derechos sólo puede provenir «de haberse dado un atracón de dibujos animados —ese pasatiempo en que los animales actúan como humanos— o de una sobredosis de amor por las mascotas y su marketing de ropitas y complementos», p.34) y la actuación de la Iglesia Católica que, a su entender, «ha estado prefiriendo que la gente contrajera, en última instancia, el sida a que se conculcara su doctrina sobre el uso del preservativo» (p.202).

Situado en medio de un Estado del Bienestar al que de un modo tan preocupante como acelerado «se le está desvaneciendo el apellido» (p.121), Javier Mina se enfrenta en esta obra, con rigor y con valentía, a todo tipo de asuntos, sin preocuparse de que el conjunto pueda parecer disperso, caótico o superficial. No es ninguna de esas cosas, puedo asegurarlo. Siguiendo el modelo divagatorio, digresivo, ramificante y fértil del ensayista francés al que toma como modelo, Mina consigue una obra montaignesca de principio a fin. Era un difícil empeño, que cumple con elegancia.

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