miércoles, 18 de septiembre de 2013

Los infiernos de Orfeo



El portugués Fernando Pessoa, que algo sí que sabía acerca de poemas y de la belleza del mundo, dictaminó en una de sus sentencias más célebres que ser poeta es una maravillosa forma de estar solo. Luego, el murciano Eloy Sánchez Rosillo utilizaría la frase para ponerle nombre a su primer poemario. Pero un poeta también es (y sobre todo, diría yo) una manera de mirar el mundo, de contemplar el alrededor, de indagar en el dentro. Al principio, cuando es joven e indocumentado (parafraseo a García Márquez), uno cae en el error de considerar que el poeta es la persona que dice muy bien las cosas, entregándose a una especie de alambicamiento o de orfebrería verbal que le pone palabras, colores y volutas a todo lo que desea. Luego, conforme va aprendiendo, se da cuenta de que los poetas son en realidad unos espectadores especiales del mundo. Unos seres que son capaces de mirarlo de una manera otra y que, por tanto, no necesitan ponerle un forro de palabras a todas las cosas, sino que saben encontrar siempre el equilibrio mágico entre la pirotecnia y la sobriedad, entre los oropeles y la desnudez, entre los brillos y las oscuridades.
Así se me representa, desde que lo leo, el vate Joaquín Piqueras: un buceador de desgarros, un contable de lágrimas. Alguien que mira su entorno con lucidez y nos transmite su opinión y su diagnóstico.
En esa órbita se encuentra el volumen Los infiernos de Orfeo, por el que se le concedió el premio Antonio González de Lama correspondiente al año 2009 y que publicó la Diputación Provincial de León con el número 148 de su colección de poesía. Concebida con espíritu musical, esta obra se articula en dos caras (A y B, como los discos clásicos de vinilo) y contiene dieciocho composiciones (“pistas”), donde nos encontramos con dos figuras nucleares que sirven de hilván para los diferentes poemas: el músico Martín Orfeo y su amada Eurídice García. Su historia y los mil matices que la tejen y destejen salpican las páginas de este libro con abundantes referencias musicales, cinematográficas y literarias (los nombres de César Vallejo, Gustavo Adolfo Bécquer, Ángel González, Charles Baudelaire, Julio Cortázar, Francisco de Quevedo, Émil Michel Cioran o Jaime Gil de Biedma son citados explícitamente), así como con inteligentes y significativas inserciones intertextuales en cursiva (desde Garcilaso de la Vega a Joaquín Sabina). Llama mucho la atención el logrado tono invocativo, casi whitmaniano, con el que Joaquín Piqueras adereza las composiciones, así como la utilización de ciertos recursos retóricos, magistralmente dibujados: la paronomasia (“Hemos nacido para ser estrellas, / si no en el cielo, / sí en el cieno de los programas de televisión”), el paralelismo (“Carne con 0% de materia grasa, / carne con 0% de materia gris”), los juegos de palabras (“Noches de cama a polvo revertido”), las metáforas (“El silencio hueco de las horas”), etc. Igualmente incorpora Joaquín Piqueras a sus poemas elementos actualísimos, como las menciones del carné por puntos, la Educación para la Ciudadanía o la óptica Visionlab, que convierten los textos en frescas representaciones de la modernidad. Y si los lectores me permiten un consejo, yo les diría que acudan a la pista 5 de la cara B. Me parece el poema más cuajado de un volumen sin duda espléndido y memorable.

No es la primera vez que realizo una reseña de este escritor, y me alegra pensar que probablemente tampoco será la última. No andamos tan sobrados de auténticos poetas en el mundo en que vivimos como para permitirnos el lujo de acercarnos a ellos con cuentagotas. Hay que convertirse en seguidores fieles de quienes han logrado acercarse a la Belleza. Cada libro que se publica de Joaquín Piqueras es una nueva demostración de que su valía lírica no es fruto azaroso de la casualidad, ni una orquestación trabada por intereses editoriales ajenos a la órbita literaria, sino la feliz conjunción entre el trabajo y la inspiración, entre el mármol y el viento. Cada entrega lírica de Joaquín Piqueras es una fiesta para la sensibilidad de los lectores. Así lo pienso y así me gusta pregonarlo por si los demás quieren unirse a la ceremonia de su lectura.

1 comentario:

salvajuan dijo...

El infierno es un asunto muy personal. E, incluso, como don Jorge Luis y usted saben, tiene grietas de tanto en tanto.