miércoles, 13 de marzo de 2013

María bonita




Cuando la editorial Anagrama publicó el libro Alguien te observa en secreto, allá por el año 1985, adjuntó una foto de su autor (que por aquel entonces contaba apenas 25 años) donde éste mostraba cierto pasmo retraído en los ojos (era su primera salida importante al mundo editorial), una camisa a cuadros y un flequillo juvenil que se derrotaba sobre su ojo derecho. Tres lustros después, el nombre de Ignacio Martínez de Pisón se había consolidado como uno de los valores más sólidos de la literatura española (fue una apuesta que funcionó, frente a tantas otras como entonces se pusieron en marcha, y que se tragó la inmisericordia justa del olvido), con títulos como La ternura del dragón, Nuevo plano de la ciudad secreta, Foto de familia o Carreteras secundarias. Su mirada había ganado en madurez; y aunque siguiera pareciendo que posaba con la misma camisa de antaño (curioso detalle), estaba claro que su narrativa había subido muchos enteros en cuanto a densidad, hallazgos expresivos y enfoque literario.
María bonita, la novela que hoy comento, es una meditación sobre la infancia, la felicidad y la memoria, que se vertebra sobre las experiencias de una niña que vive en un hogar difícil, lleno de complicaciones. Su padre es un obrero bastante pusilánime, sometido a la voluntad férrea de su esposa y a las presiones de sus compañeros, que lo involucran en política sin que él demuestre demasiado interés por el tema; su madre es un ser casi mostrenco, que jamás se permite ternura alguna hacia la niña, y que pretende educarla con un sistema que hubiera hecho las delicias de los espartanos; su hermano Josemi tiene que casarse deprisa y corriendo, porque su novia está embarazada; etc... En suma, un ambiente enrarecido para el que la niña sólo vislumbra una escapatoria: su tía Amalia (rica, dulce, simpática, llena de detalles), a la que juzga como el ideal de madre al que ella cree que tiene derecho a aspirar. María, la pobre niña del extrarradio madrileño, al escuchar la canción María bonita, que Agustín Lara le dedicó a María Félix, se deja embargar por la felicidad y accede a un peligroso territorio: aquel en el que se siente querida, dichosa y respetada. María se elige feliz, rodeada por esa música; pero ignora (es una niña y aún no ha vivido lo suficiente) que nadie elige su destino, sino que éste nos va modulando a nosotros, con el capricho tortuoso de sus senderos. Nadie elige a sus padres, como nadie elige el momento de nacer. Y esa sabiduría amarga la acabará asimilando esta criatura de un modo traumático, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón malherido de claudicaciones y renuncias. Es muy difícil salir desilusionado (literariamente) de este volumen.

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