Cuando la editorial Anagrama publicó el libro Alguien te observa en secreto, allá por
el año 1985, adjuntó una foto de su autor (que por aquel entonces contaba
apenas 25 años) donde éste mostraba cierto pasmo retraído en los ojos (era su
primera salida importante al mundo editorial), una camisa a cuadros y un
flequillo juvenil que se derrotaba sobre su ojo derecho. Tres lustros después,
el nombre de Ignacio Martínez de Pisón se había consolidado como uno de los
valores más sólidos de la literatura española (fue una apuesta que funcionó,
frente a tantas otras como entonces se pusieron en marcha, y que se tragó la
inmisericordia justa del olvido), con títulos como La ternura del dragón, Nuevo plano de la ciudad secreta, Foto de
familia o Carreteras secundarias.
Su mirada había ganado en madurez; y aunque siguiera pareciendo que posaba con
la misma camisa de antaño (curioso detalle), estaba claro que su narrativa había
subido muchos enteros en cuanto a densidad, hallazgos expresivos y enfoque
literario.
María
bonita, la novela que hoy comento,
es una meditación sobre la infancia, la felicidad y la memoria, que se vertebra
sobre las experiencias de una niña que vive en un hogar difícil, lleno de
complicaciones. Su padre es un obrero bastante pusilánime, sometido a la
voluntad férrea de su esposa y a las presiones de sus compañeros, que lo
involucran en política sin que él demuestre demasiado interés por el tema; su
madre es un ser casi mostrenco, que jamás se permite ternura alguna hacia la
niña, y que pretende educarla con un sistema que hubiera hecho las delicias de
los espartanos; su hermano Josemi tiene que casarse deprisa y corriendo, porque
su novia está embarazada; etc... En suma, un ambiente enrarecido para el que la
niña sólo vislumbra una escapatoria: su tía Amalia (rica, dulce, simpática,
llena de detalles), a la que juzga como el ideal de madre al que ella cree que
tiene derecho a aspirar. María, la pobre niña del extrarradio madrileño, al
escuchar la canción María bonita, que
Agustín Lara le dedicó a María Félix, se deja embargar por la felicidad y
accede a un peligroso territorio: aquel en el que se siente querida, dichosa y
respetada. María se elige feliz, rodeada por esa música; pero ignora (es una
niña y aún no ha vivido lo suficiente) que nadie elige su destino, sino que éste
nos va modulando a nosotros, con el capricho tortuoso de sus senderos. Nadie
elige a sus padres, como nadie elige el momento de nacer. Y esa sabiduría
amarga la acabará asimilando esta criatura de un modo traumático, con los ojos
llenos de lágrimas y el corazón malherido de claudicaciones y renuncias. Es muy
difícil salir desilusionado (literariamente) de este volumen.
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