Muchos lectores y críticos andamos, de
un tiempo a esta parte, con los sentidos alerta contra los libros que huelan a danbrownismo, ese esperpento literario
más bien aparatoso, mendaz y fullero que se construye sobre medias verdades,
trampantojos, supuestas confabulaciones seculares y terribles secretos que
amenazan con desvelar misterios ocultos a lo largo de la Historia. De ahí que
si el lector convencional se encuentra con un libro cuyo título es Los mensajes ocultos de Leonardo da Vinci,
lo normal es que de inmediato se ponga a la defensiva o tuerza el morro,
pensando en que tiene ante sí otra bazofia de la misma saga. Pero les aseguro
que, en este caso, no es así. El catalán José Luis Espejo, trabajando con
rigor, cotejando documentos, analizando con lupa y con erudiciones los
cuadernos del genio renacentista italiano y dejándose los ojos sobre sus
dibujos y lienzos, elabora una obra de investigación (y también de
especulación, por qué no decirlo) de notable envergadura. Y eso que el objetivo
que se planteaba no era ni mucho menos fácil: ¿existen en la obra de Leonardo
pruebas (pruebas reales, constatables, que no se cimenten sobre la fantasía) de
su vinculación con el catarismo, con las sociedades secretas o con Cataluña (un
territorio que oficialmente jamás pisó)? Como bien señala Silvano Vinceti en el
prólogo, “El autor de La Gioconda
escapa a toda clasificación. Está más allá de cualquier tentativa de
interpretación exhaustiva y absoluta, navega por cielos y mares del espíritu
que tienen el perfume y el sabor de lo indeterminable, de lo inaprensible” (p.8).
José Luis Espejo, pues, ha optado por una aproximación parcial (rica y curiosísima)
al italiano, en la cual ha conjugado la investigación con la inducción, el
análisis con la hipótesis, sin incurrir jamás en absurdos flagrantes. Pero como
muchas de las ideas que Espejo lanza al lector son inauditas y sorprendentes,
no tiene reparos en lanzarle un aviso: “Abróchate el cinturón” (p.15). Para
comenzar, aporta pruebas más bien elocuentes de que los paisajes que sirven de
fondo a ciertos cuadros de Da Vinci (entre ellos, La Gioconda) se corresponden con las montañas de Monserrat. La aparente
elucubración adquiere visos de nítida certidumbre cuando se observan fotos y
cuadro, unidos. De ahí que Espejo avance una hipótesis: que los Da Vinci
italianos en realidad eran catalanes que huyeron allí por causas religiosas
relacionadas con el catarismo (p.52). Después, insinúa que dada la relación con
Américo Vespucio, es probable que Leonardo da Vinci conociera al almirante
Cristóbal Colón... y que su mapamundi (incluyendo América) fuera el primero de
la Historia. Pero ahí no se detienen las sorpresas: José Luis Espejo, tras un
análisis exhaustivo de escritos, montajes visuales, estudios del paisaje que
sirve como fondo del cuadro más famoso de Leonardo, etc, concluye: “La Gioconda sería una representación de
la Virgen de Monserrat, la Virgen Negra. Su misma sonrisa (tan parecida en
ambos casos) lo delataría” (p.203). No es desde luego una afirmación
intrascendente. Más adelante, incluso vinculará este lienzo con el culto a
María Magdalena en la zona catalano-occitana (Isis, vírgenes negras, etc). Y explica
razonadamente su idea de que con toda probabilidad las dos Giocondas más
famosas (la del Louvre y la del Prado) sean en verdad de la misma mano:
Leonardo da Vinci. En cambio traza sus distancias con otra hipótesis
normalmente vinculada al genio italiano: José Luis Espejo es escéptico con
respecto a la hipótesis de que fuera Leonardo quien realizó la figura de la
Sábana Santa de Turín (“Leonardo era bueno con los pinceles, no con los
milagros”, p.263)... Pero insisto en el núcleo de este comentario: no estamos
en presencia de un libro absurdo, fantasioso o literario (entiéndase la cursiva), sino ante una anonadante
investigación. Recomiendo, pues, leer con calma muchas de las páginas de este
libro, porque la densidad de informaciones culturales (alquimia, mitología,
arquitectura, simbología, historia de las religiones) es tan notable que el
lector corre el serio peligro de perderse o sentirse desbordado en algunos
tramos. Cuando esa sensación le invada, concédase una pausa y no abandone,
porque el hilo que José Luis Espejo insinúa aquí es tan seductor como
gratificante: abre las puertas de la mente a experiencias y reflexiones
asombrosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario