domingo, 20 de enero de 2013

La desconocida del Sena



Desde que un amigo me regalara este libro, hace ya más tiempo del que puedo recordar, andaba intentando obtener un hueco para leérmelo. Y he aquí que la oportunidad se ha presentado y he conseguido aprovecharla, gracias a una mención azarosa de mi amiga Leticia Varó relacionada con la protagonista del relato que va título al volumen. Con ese detonante, extraje el libro del lugar donde lo tenía dormido en la biblioteca y me dispuse a devorarlo, en la vieja traducción de María Luisa Bombal para la editorial Losada (1962). Rompo pues la costumbre de reseñar un libro de actualidad y abordo esta obra, que tiene décadas.
De Jules Supervielle conocía algunos detalles biográficos, pero no había leído ninguna de sus obras. Así que las páginas de La desconocida del Sena han constituido mi primera aproximación a este narrador. Me han gustado mucho los pequeños universos que crea en estos nueve relatos, situados muchas veces entre la fantasía y la realidad, entre este mundo y el otro (vivos y muertos cruzándose y relacionándose), entre la grandeza y la miseria. Y me ha gustado que lo haga con una prosa lírica pero sin estridencias, con elegancia formal pero sin manierismo, con vuelo pero sin empalago: difícil equilibrio que no consiguen sino los mejores. Jules Supervielle me ha parecido uno de ellos. De ese tipo de escritores a los que uno termina por volver. Al menos yo.
“La desconocida del Sena” me ha seducido por el pudor con el que la anónima ahogada se niega a abandonar sus ropas al llegar al submundo acuático y por la crueldad con la que siempre se trata a quien es distinto (detalle curioso: una de las habitantes submarinas, para molestar a la protagonista, comenzó a tutearla, y el autor nos dice que «era eso, en el fondo del mar, el peor de los insultos», p.27). En el relato “El buey y el asno del pesebre” (ahora desacreditado por don Benedicto XVI) descubrimos la triste historia del buey acomplejado, que siente una enorme languidez porque piensa que su fealdad, su torpeza y su evidente insignificancia lo hacen indigno de estar junto a Jesús (por cierto, simpático el detalle fetichista: los reyes Melchor y Gaspar se llevan paja del pesebre, como reliquia). En “La huida a Egipto” hay una interesante reflexión sobre la humildad del ser humano: «Por más que uno no quiera ponerse en primer plano, llega sin embargo un momento en que quisiera que los otros supiesen que uno existe, que se le vea y se le oiga» (p.76). Y “La niña de alta mar”, por no ir desgranando una a una las nueve historias que se reúnen en este libro, es el impresionante, bellísimo, dulce cuento sobre una niña que vive sola en una población flotante en medio del océano, sin que nadie la pueda ver o auxiliar. Para descubrir por qué está allí y gracias a quién... habrá que leerse este cuento, uno de los más emotivos que he leído en años.
Aunque los libros del uruguayo-francés Jules Supervielle no estén casi disponibles en las bibliotecas de la región de Murcia, y apenas se editen en España, buscaré cosas suyas de la forma que sea, para seguir perfeccionando mi conocimiento de este autor. La desconocida del Sena me indica que vale la pena.

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