miércoles, 23 de enero de 2013

El último Don



Convenientemente traducida por Antonia Menini, aún puede encontrarse en algunas librerías (y desde luego en muchísimas bibliotecas) la novela El último Don, de Mario Puzo, el más reconocido escritor de Manhattan. Y llama mucho la atención el esfuerzo que hace durante las primeras doscientas páginas para que el lector se sitúe con nitidez ante el universo mafioso, bien conocido por anteriores entregas del propio Puzo y por el cine de Hollywood: su carácter, sus vendettas, su frío cómputo de ganancias, su omertà (obligación de resolver todos los problemas internos con el auxilio de la familia, sin acudir jamás a la policía), etc. Pero júzguese bien, porque todo esto que apunto es un mérito. En realidad, bien poco sabemos los ciudadanos normales sobre los manejos o los procedimientos de la Mafia, sobre sus modos de hablar o de reunirse: todo es una fabulación que proviene de los folios de Mario Puzo y del rostro impenetrable de Marlon Brando. Y en esa línea prosigue y ahonda esta novela.
La gran diferencia con la primera entrega de la serie es que ahora Mario Puzo aprovecha al máximo sus conocimientos sobre el complicado y envilecido mundo del cine (no en vano el autor es guionista de Hollywood y ha ganado dos Oscars con su trabajo), y lo enfrenta y mezcla con el de la Mafia. Así, nos encontramos en una de las partes al Padrino, don Doménico Clericuzio, rector de un universo frío, perfectamente organizado y cuajado de normas inquebrantables, y obsesionado con la idea de que sus hijos y nietos ingresen en la normalidad social, se legalicen en negocios multimillonarios y accedan a la honorabilidad, tras muchas décadas de permanecer en el lado oscuro. Y en la otra parte encontramos a los Estudios LoddStone, envueltos en una carísima superproducción llamada Messalina, dispuestos a culminarla a toda costa, aunque para ello tengan que enfangarse en mil vilezas. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche decía, en su obra Más allá del bien y del mal, que no se ha visto bien la vida cuando no se ha visto la mano que mata de forma cortés. Pues algo así sucede en estos dos ámbitos (la Mafia y el cine): nadie respeta a nadie, y todo se basa en un delicado y cruel juego de equilibrios. Lo peculiar es que Mario Puzo reconoce mayor honradez, en este sentido, a la Mafia que a la propia industria hollywoodense: entre los mafiosos, dar tu palabra es comprometerte a cumplir, mientras que los personajes inmersos en el mundo del cine viven en un caos de farándula, hipocresía y mentira.
Aparte de esta feroz crítica al mundo del celuloide (Puzo dice que el cine es “un arte que no exige talento” en la página 351), hay en esta novela una convincente capacidad para dibujar situaciones y personajes, destacando entre ellos los de Athena Aquitane (bellísima estrella cinematográfica que escapa a la vulgaridad y la falsía de su mundo) y Cross de Lena (pariente del Don, que lleva a efecto finalmente su propósito de hacer que una parte de la familia ingrese en la honorabilidad). Y, aparte de todo esto, buenos instantes de humor (como cuando Mario Puzo enumera en la página 146 “los deportes femeninos: golf, tenis, baloncesto y natación”), impecables escenas de sexo y violencia, reflexiones seudofilosóficas gobernadas por la majestad del poder y de la astucia (“Es peligroso ser razonable con las personas estúpidas”), etc.
En suma, todos los ingredientes necesarios para disfrutar con una novela que brilla por su amenidad, su interés y, sobre todo, por una inmensa sorpresa final, impactante, que me guardaré mucho de referir, por el bien de los lectores.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Deportes...de todos los colores.

Leandro dijo...

Lo del baloncesto me ha dolido, tengo que reconocerlo