lunes, 16 de abril de 2012

Los leones del Congreso




Hay épocas históricas en que la admiración suele ser el sentimiento que más provoca la clase política en un país (pensemos en los años que van de 1975 a 1982, en España); y épocas en las que el descrédito, el desdén y la burla son, por el contrario, las reacciones habituales ante ese mismo estamento. Pero incluso en los instantes de más tensión o desconfianza, raros serán quienes consideren, tras un análisis sereno y desapasionado, que la democracia no es un buen sistema de gobierno. De ahí que libros como el que hoy nos presenta el periodista Federico Utrera, titulado Los leones del congreso (y que lleva el largo subtítulo de Peleas, amores, pactos, amistades y vicios de los diputados: una crónica parlamentaria), sea una ocasión magnífica para acercarnos a los integrantes del mundo político, sin apasionamientos, sin sectarismos, sin rencores… Y con humor.
En estas páginas, que publica la editorial La Esfera de los Libros, se nos ofrece un número anonadante de curiosidades, secretos a voces, anécdotas y pullas del mundo de la política española, tanto actual como pretérita, organizado todo por bloques temáticos y presentado con una prosa socarrona, donde los juegos de palabras, las ironías y las insinuaciones hacen las delicias del lector. Así, cuando nos habla de una periodista parlamentaria de origen belga, de quien se afirma que «si te abría las puertas de su consideración, algún día podrían entornarse las de su corazón y, aunque fuera en un futuro más remoto, las de sus países más bajos» (p.48). O aquella célebre réplica que lanzó desde la tribuna José María Gil Robles tras ser acusado por un diputado rival de que seguía usando calzoncillos de seda: «No sabía» (dijo con toda seriedad el político conservador) «que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta» (p.66). Por no hablar del modo educado, paciente e incluso irónico con el que el socialista Josep Borrell sobrellevó en su día ciertos comentarios sobre su presunta homosexualidad, que lo relacionaban con el torero Ortega Cano: cuando se propuso que fuese Rocío Jurado la receptora de la Medalla de Bellas Artes, tuvo la sorna de sumarse a la concesión, «aunque me haya quitado el novio» (p.35). Ese mismo sentido del humor se puede observar también en las simpáticas coplillas que Federico Trillo, durante su etapa como presidente del congreso de los diputados, cruzó con algunos miembros de la oposición, sin que jamás se perdiese el decoro ni el sano respeto mutuo: en el capítulo 9 de esta obra tenemos ocasión de leer algunos versos parlamentarios firmados, entre otros, por Pilar Salarrullana, Ángel Martínez Sanjuán o Armand Querol.
Pero no todo es humor en este volumen, sino también momentos bochornosos. Como muestra, el protagonizado por el senador Casimiro Curbelo, quien no tuvo mejor ocurrencia que acercarse, en plena borrachera, a un prostíbulo madrileño, donde desplegó un variado arsenal de groserías contra las prostitutas, se ejercitó en el minoritario deporte del boxeo, eructó insultos racistas y agredió (guinda del pastel) a las fuerzas del orden, mientras exigía respeto por su condición de Padre de la Patria. O esa enumeración (que Federico Utrera nos facilita en la parte final del libro) de los llamados diputados mudos: es decir, aquellos que jamás han tenido el pundonor de justificar su sueldo hablando en el Congreso, aunque fuera una sola vez. Esa nómina contiene nombres tan famosos como los de Ángel Acebes, Narcís Serra, Txiqui Benegas, Joaquín Leguina, Rosa Conde o Alfonso Guerra.
Y como no hay buena obra que no esté bien rematada, este tomo se cierra con un interesante «Diccionario urgente de la jerga parlamentaria», donde se nos explica a los profanos conceptos como el de cunero (con anécdotas del premio Nobel José Echegaray y del poeta Ramón de Campoamor) o se detallan los problemas de vestimenta (corbata, sandalias, bermudas) de los diputados, que no siempre acuden a su puesto de trabajo ataviados de una forma ortodoxa.
En síntesis, una obra gráfica, iluminadora y muy documentada sobre unos hombres y unas mujeres que «se asemejan a los sumos sacerdotes que custodian el templo» (p.105), pero que adolecen de los mismos defectos, miserias y limitaciones que el resto de los ciudadanos del país. Ni más ni menos.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

La jodida "clase" política. Que por nadie pase.

Anónimo dijo...

Precioso artículo para un no menos interesante y original libro que también he leido, Lo recomiendo.