lunes, 20 de diciembre de 2010

La memoria de Lucifer




Cuenta una leyenda medieval castellana que don Julián, importante conde de Ceuta, envió a su hermosa hija Florinda a la corte toledana para que recibiese allí una buena y esmerada educación. Es probable que entre sus intenciones hallase también un hueco la de lograr que algún noble se enamorara de ella y la tomara por esposa. Pero he aquí que entró en acción el rey visigodo don Rodrigo (al que otras fuentes llaman Roderico) quien, deslumbrado por la belleza de la muchacha, no se detuvo ante las barreras de su virginidad y la violó. Enterado el padre de la chica, y preso de la cólera, pactó con las tropas árabes del norte de África para abrirles el camino de la invasión de España. Ésa fue la represalia que tomó contra el infame y lúbrico monarca.
Pero como una de las atribuciones de los novelistas es dejar que el vuelo de la imaginación se extienda sobre las historias y juegue con ellas para arrancarles nuevos brillos, he aquí que el escritor Patrick Ericson examina los pormenores de esa fábula ancestral y decide que no; que don Rodrigo no provocó la ruina de nuestro país por la comisión de esa atrocidad de corte erótico, sino por una causa bien distinta: porque profanó un recinto situado en el cerro de Bu, en Toledo, donde se supone que había enterrado un antiquísimo tesoro, oculto por el legendario rey Salomón y protegido por un sortilegio mágico de incalculable trascendencia. Una vez establecida esa sugerente hipótesis novelesca, la acción se sitúa en la actualidad, justo en el instante en que dos periodistas de la publicación esotérica Mundos paralelos viajan hasta la patria chica de Garcilaso para investigar un suceso altamente siniestro: la tortura, asesinato y posterior cremación de un teólogo jesuita llamado Robert O’Brian en la céntrica plaza Zocodover. Los signos de la atrocidad apuntan claramente a una secta de tipo satánico, pero lo que nadie entiende muy bien es la truculencia de la acción. ¿Por qué se han ensañado de esa manera con el religioso? La situación que los periodistas encuentran en la capital del Tajo no puede ser más inquietante: una ciudad dominada por fuerzas oscuras (vientos satánicos que están representados por las altas jerarquías del ayuntamiento, el obispado e incluso la guardia civil), una agrupación de hebreos que custodian un secreto milenario, un historiador llamado Enric Cortázar que estaba desarrollando algún tipo de trabajo en colaboración con el padre O’Brian y que guarda el diario de éste... El fotógrafo de Mundos paralelos (Noyle) y la experta en fenómenos de tipo paranormal que lo acompaña (Cecilia) irán adentrándose sin darse cuenta en una trama de gelatinosas implicaciones oscuras, que los atrapará de forma inquietante.
Pero lo que diferencia esta novela de otras del mismo corte es la agudeza que Patrick Ericson utiliza para darle un giro a la narración, enriqueciéndola con matices teológicos (donde Pedro Calderón de la Barca comparte protagonismo con la película Matrix), con algunas audacias de tipo argumental (por ejemplo, cuando en la página 190 explica a los lectores la razón oculta de que la jerarquía nazi se mostrara tan interesada en aniquilar a todos los judíos de Europa, o cuando en la página 261 nos explica el vínculo entre Lucifer y Jesús de Nazaret), con poderosas páginas descriptivas (sólo hay que irse al capítulo 9 para comprobarlo: la manera en que es torturado Enric Cortázar produce un auténtico vuelco en el estómago de los lectores, que asisten a las atrocidades que un demonio le perpetra con la ayuda de instrumentos cortantes y con la colaboración de una rata hambrienta), etc.

¿Es posible (llegan a preguntarse los protagonistas de esta novela) que nos encontremos viviendo dentro de un mundo virtual, provocado por la mente de Lucifer? ¿Acaso nos movemos dentro de un escenario de pesadillas en las que nada es real (ese perturbador Nothing is real que cantaban los Beatles) y donde somos simples muñecos de humo? Por debajo de esta novela hay un plano de significación más profundo, que permitirá a unos pocos lectores deslizarse, si lo desean, por una cinta de Moebius de singular complejidad y de tenebroso espíritu: aquella que permite cuestionarse el universo en el que vivimos.

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