jueves, 16 de septiembre de 2010

Temblor




Por costumbre, por integridad y por sentido común, odio tener prejuicios. Tanto en mi vida como en mis lecturas. En ocasiones, resulta inevitable dejarse arrastrar o zarandear por alguna de estas pulsiones irracionales y generalmente mezquinas; pero trato de reducir el número de sus influencias sobre mí en la medida de lo posible. Entre otras cosas porque considero que lo más hermoso de la inteligencia es su diario combate contra la estupidez. Y como además juzgo que tienen razón quienes afirman que la literatura está en el cómo, procuro que las etiquetas que se adhieren a los libros tampoco me afecten demasiado. Trato de ser yo (el consejo de Montaigne es brillante) quien construya su propio juicio sobre las obras.
Sirva esta introducción para explicar que cuando llega a mis manos una novela como Temblor, de Maggie Stiefvater (que ha sido traducida por Alexandre Casal Vázquez y Xohana Bastida para la editorial SM), pongo entre paréntesis todas las advertencias que llegan a mis oídos y abro sus páginas con voluntad edénica. ¿Que la historia es de adolescentes y licántropos? Bien; resulta absurdo negarlo. ¿Que utiliza abundantes mecanismos folletinescos para atrapar con más eficacia a sus jóvenes lectores? Muchos otros lo hacen, con menos pericia y peores resultados... El argumento que aquí se nos pone ante los ojos es bien sencillo: una chica (Grace) fue atacada durante su niñez por un grupo de lobos, que no llegaron a matarla gracias a la intervención de un ejemplar de ojos amarillos, que pareció protegerla de sus compañeros. Sólo años después descubrirá que ese lobo es un muchacho (Sam) que, mordido por un viejo lobo en su infancia, se transformó en licántropo. La fascinación que Grace siente por estos animales (y en especial por el singular Sam) se va convirtiendo en amor cuando el chico irrumpe en su vida y da muestras de su ternura, su delicadeza y su deseo de volver a la condición humana. El problema es que la mutación que sufrió en la niñez no parece ser reversible. De hecho, todo indica que este invierno se transformará en lobo y no volverá jamás a su condición bípeda. Grace, pese a las dificultades, sigue dándole vueltas al asunto, por si encontrara alguna solución. Añadamos a esta trama a sus dos mejores amigas (Olivia y Rachel); un compañero de instituto que es también mordido y se incorpora a la nómina de los licántropos (Jack Culpeper); la hermana de este último, Isabel, que comienza a atar cabos entre los lobos y Grace y que empieza a moverse para ayudar a su hermano; las rivalidades y celos que surgen entre los componentes de la manada; y, atravesando toda la pieza, las emociones, las ideas y los diálogos esperables en un grupo de jóvenes, magistralmente reproducidos por Maggie Stiefvater.
Cuando se termina la obra (el crescendo de las últimas treinta páginas es particularmente memorable), no queda más remedio que reconocer el mérito de esta obra. Si Crepúsculo (S. Meyer) era una obra que daba gusto leerla, no menor placer depara Temblor. Mi hija María, que me aconsejó ambas, tiene un olfato literario estupendo, que puede servir como termómetro para su generación. Si tienen que regalar una obra a una persona lectora de 12 a 16 años no lo duden: ésta es una opción espléndida.


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