lunes, 26 de octubre de 2009

Bel: Amor más allá de la muerte





Quienes somos asiduos lectores de Care Santos estamos habituados a que nos hable de fantasmas, de presencias que están ahí de un modo sobrenatural, de seres que han dejado cuentas pendientes en el mundo y necesitan aclararlas antes de pasar al otro lado de la línea negra. Lo ha hecho en sus novelas para adultos (La muerte de Venus), en sus cuentos (Los que rugen) y en sus novelas juveniles. La última manifestación la tenemos en el tomo Bel: Amor más allá de la muerte, que ha publicado con el sello SM. Nada más empezarla, nos encontramos con Bel (odia que la llamen Belinda), una muchacha que asiste con impotencia a los esfuerzos de Ismael para sobrevivir, tumbado en su cama del hospital con respiración asistida. Página a página descubriremos que Bel ya no tiene entidad corporal, y que acaba de morir en circunstancias sospechosas. Con maestría inigualable, la escritora de Mataró construye una trama compleja con bastantes personajes transversales, pero el lector (y he ahí la maravilla) no percibe en ningún momento esa densidad arquitectónica, porque todo le es servido por vía novelesca. Así, oscilaremos entre una serie de paisajes muy distintos (la casa de Bel, la casa de su amiga Amanda, la casa de una anciana bruja, un parque de atracciones, un cementerio, una estación de Metro abandonada, un hospital, una comisaría, un orfanato) y, sobre todo, nos será presentado un elenco de personajes de gran variedad: varios amigos de Ismael, aficionados a implicarse en aventuras paranormales, como las invocaciones a los espectros o las visitas nocturnas a camposantos; Amanda, amiga íntima de Bel, que comienza a comportarse de una forma francamente extraña tras la muerte de su compañera; Alma, una médium que se interesa muchísimo por el caso de Bel y trata de ayudarla en su búsqueda de respuestas; Hyerónimus, el más misterioso de los parapsicólogos, que vive en un subterráneo, alejado de la luz del sol; Fernando, el chico que trabaja como encargado de una montaña rusa y al que encontrará la muerte de forma prematura; Carlos, el policía padre de Bel, que se empeña en investigar los pormenores de su fallecimiento, que todos juzgan suicidio o accidente, salvo él; la anciana Rosalía, de ademanes bruscos, que practica unas actividades brujas más bien repelentes y que provoca una muerte dentro de la novela; Blanca, la madre de Bel, que vive dentro de su burbuja de dolor y que se empeña en mantener vivo el recuerdo de su hija; y, por encima de todos, el espíritu de la protagonista absoluta, que sufre, ama, protesta, se resiste a abandonar a Ismael mientras éste no se recupere... y llegará a convertirse en un monstruo violento y vengativo, cuando descubra ciertos pormenores del pasado, que la afectaron profundamente. Únanse a todo ese conglomerado de atractivos la introducción de unas músicas muy adecuadas (el libro incluye fragmentos de canciones muy conocidas, y un CD que se adjunta al final); el delicado análisis que Care Santos realiza sobre los más profundos sentimientos de sus protagonistas; el extremo cuidado que pone en los diálogos, para hacerlos plásticos y creíbles; y obtendremos una novela que cautiva a los lectores, sumergiéndolos en un universo doble (real y fantasmagórico) que los llevará en volandas. El éxito de la obra está asegurado.

viernes, 23 de octubre de 2009

Escribir es un tic




Son muchas las anécdotas y curiosidades que se conocen acerca de las manías de los escritores, de sus extravagancias y de sus rituales a la hora de ponerse a trabajar. Y Francesco Piccolo (Caserta, 1964) ha tenido la feliz ocurrencia de irlas recopilando, ordenando y comentando con gracejo e inteligencia en un libro que se titula Escribir es un tic, publicado en España por la editorial Ariel (traducción de Juan Vivanco) y que lleva unas ilustraciones geniales, absolutamente geniales, de Anthony Garner. Allí, expuestas sin asomo de burla, están las curiosidades de los novelistas y de los poetas, antiguos y modernos, clásicos y vanguardistas, hombres y mujeres, perezosos y grafómanos, disparatados y rigurosísimos, en una colección que maravillará a todos aquellos que paseen por sus páginas.
Allí se nos explica, por ejemplo, que Ana María Matute necesita música suave de fondo, para conseguir concentrarse; y que Cynthia Ozick, por el contrario, no escribe sino de noche, porque durante esas horas se suspende el escándalo del mundo; y que Juan Ramón Jiménez, el Neurótico Mayor del Reino, cambiaba de forma constante de domicilio en cuanto el más mínimo ruido venía a perturbar el inmaculado silencio de su despacho, en el que concebía sus páginas; y que Gonzalo Torrente Ballester solía pasear con una pequeña grabadora japonesa en el bolsillo, que usaba cuando una idea o una frase le venían a la mente (Carlos Barral, mucho más sibarita y adinerado, podía permitirse el lujo de tener una secretaria para los mismos menesteres); y que Gina Lagorio es tan escrupulosa en las mil correcciones de sus escritos que su agente tiene casi que robarle el original para llevárselo a la imprenta dentro de los plazos previstos; y que el universalmente conocido autor de best-sellers Michael Crichton se impone por norma escribir 20 folios diarios, en tanto que la no menos célebre Barbara Cartland fija su límite en 6000 palabras (el extremo lo representaría Marco Lodoli que escribía un folio diario, y si al final de éste quedaba una palabra a medias... la completaba al día siguiente); y que Isabel Allende coloca en su mesa de trabajo una vela encendida, y da por terminado el trabajo diario cuando ésta se consume y apaga; y que Gabriel García Márquez se sienta delante del ordenador para escribir con un mono de trabajo, como si fuera un mecánico; y que...
Mejor les dejo que sigan ustedes leyendo la obra. Las palabras de Piccolo y las imágenes de Garner merecen, sin duda, nuestra atención.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El relámpago inmóvil



Pocas cosas tiene ya que demostrar (probablemente ninguna) el narrador Pedro García Montalvo, nacido en Murcia en 1951, autor de ensayos, cuentos y novelas, al que han publicado en editoriales exquisitas (Seix Barral o Pre-Textos) y al que se le ha rendido incluso un colofón universitario de gran interés, como es la tesis doctoral que Pascual García le ha dedicado a su obra. Ahora, el importante sello Destino, que ya promocionó su anterior novela (Retrato de dos hermanas, 2004), acaba de lanzar su última producción: El relámpago inmóvil. Se trata de una historia de enorme solidez ambiental y psicológica, construida con la pericia a la que su autor nos tiene acostumbrados, y donde entran en juego pasiones como el amor, la venganza, el odio, la soledad, el abatimiento o la desorientación. Adrián e Inma forman una pareja a la que todo parece sonreírles: gozan de una posición económica más que privilegiada (ella es cirujana cardíaca y él es hijo del senador Mateo Salazar), tienen dos hijas encantadoras (María, de 10 años, y Cheli, de 6) y su círculo de amistades está formado por parejas que comparten su status. El cielo no tiene nubes, y las baldosas amarillas que formaban el camino de “El mago de Oz” brillan bajo sus pies. Pero un episodio tan terrible como aciago va a destrozar la calma de esa laguna que constituye sus vidas: María y Cheli van a morir en un accidente, dejando a sus padres, como diría Luis Rosales, huérfanos de hijos. No obstante, ese dolor se verá incrementado por las asechanzas de Cecilio Toval, un septuagenario que le tiene jurado odio eterno a la familia Salazar desde que el viejo senador denunciara las prácticas inmobiliarias turbulentas de los Toval y sumiese a la familia en el deshonor. El implacable Cecilio, dueño de poderosos resortes en el mundo económico y político, no vacilará a la hora de golpear donde más duele. Y ni siquiera el momento doloroso que viven los Salazar, con la muerte de las dos niñas, impedirá su venganza. Dedicados a la dolorosa ingeniería de la supervivencia, ni Mateo, ni Adrián, ni Inma, advierten la oleada de fango que Cecilio planea verter sobre ellos utilizando a la pelirroja Gemma, antigua novia de Adrián. Una foto donde se los ve a ambos cogidos de la mano en fecha reciente (estando ya casado con Inma, y con sus hijas recién fallecidas) le servirá como arma... Pero es probable que lo más importante de esta novela no sea la trama argumental, siendo como es poderosa y atractiva, sino el análisis que Pedro García Montalvo elabora sobre el alma de sus personajes. Ávido indagador del espíritu humano, el novelista nos disecciona los sueños de sus protagonistas, nos expone sus flaquezas, nos muestra sus angustias y sus esperanzas y nos traza unos “mapas interiores” de inigualable solidez. En un ciclo de charlas que, alrededor de su persona y de su obra, se celebró en el Aula de la CAM en 2007, intelectuales de la talla de Francisco Javier Díez de Revenga, José María Pozuelo Yvancos, Santiago Delgado o el propio Pascual García analizaron la importancia de García Montalvo en el marco de la actual narrativa murciana. Hoy se puede afirmar, sin temor a la hipérbole, que El relámpago inmóvil supone un escalón más (un escalón muy alto y muy firme) en la escalera de su consagración absoluta.

lunes, 19 de octubre de 2009

España, aparta de mí estos premios





Muchos lectores (y críticos literarios, y profesores) de España almacenan, enquistado en sus mentes, un difuso prejuicio contra el humor, al que son capaces de tolerar, aplaudir o incluso buscar en libros y revistas, pero al que niegan con vehemencia todo atisbo de profundidad. Así, maravillosos escritores como Hipólito G. Navarro o Juan José Millás son tildados de ingeniosos, lúdicos, chispeantes o rateros (“autores para pasar el rato”); pero cuesta muchísimo que se les reconozca la genialidad o la brillantez que se regala casi al instante a todos aquellos que, llenando folios con cara de vinagre o mostrándose renuentes a los peines, se instalan en la zona noble de los suplementos literarios. El sello Páginas de Espuma, lejos de transigir con esta tendencia general, se rebela de forma ostensible contra ella en una de sus últimas publicaciones: el tomo España, aparta de mí estos premios, una colección de relatos que firma Fernando Iwasaki (Lima, 1961) y que tienen en común el hecho de haber sido “premiados” en una serie de certámenes a cuál más extravagante, donde los escritores deben idear cuentos que glorifiquen al Sevilla F.C., ensalcen la gastronomía vasca, transcurran en la cueva de la Pileta, glosen el papel de la nueva mujer catalana o aludan a los héroes del Alcázar de Toledo (en un singular concurso patrocinado al alimón por Izquierda Unida Los Verdes y Falange Auténtica, ahí es nada). Situándose en estos disparatados cauces, el escritor que quiera conquistar premios literarios (indica Iwasaki) tendrá que amañar sus relatos con sutiles retoques para que el mismo texto, “refrito varias bases según las veces y viceversa” (p.13), tenga opciones de alzarse con el triunfo. Así, nos encontraremos con Makino Yoneyama, un brigadista nipón que sale de una cueva e interrumpe un programa televisivo, sin saber que la guerra civil acabó hace 70 años; o con Makoto Komatsubara, quien emerge de las catacumbas del Alcázar de Toledo, ignorando la misma circunstancia; o con Michiko Arakaki, una antigua lanzadora de cuchillos y amante de Picasso, quien lleva décadas viviendo de incógnito como trabajadora en el ayuntamiento de Barcelona; o con... No creo que haga falta añadir más nombres para que los lectores se hagan una idea del contenido de este volumen. Un relato que actúa como “célula madre” es clonado con sutiles diferencias, para adaptarse a las exigencias más peregrinas de los ayuntamientos, cajas de ahorros y demás organismos convocantes de concursos de cuentos. Zumbón como él solo, didáctico, explosivo, iconoclasta, irreverente y disparatado, Fernando Iwasaki construye siete cuentos que son siete mecanos, siete estrategias, siete carcajadas, siete provocaciones, siete desplantes con los que todos los lectores disfrutarán. Y, como colofón para el libro, incluye un "Decálogo del concursante consuetudinario", en el que, entre otras cosas, aconseja a los novatos que firmen con seudónimos femeninos, que no aborden jamás el tema de los templarios (que funciona en las novelas, pero no en relatos cortos) y que, en la medida de lo posible, ambienten sus creaciones en Nueva York, porque “nunca falla”. En suma, una obra irónica, muy bien escrita y que garantiza sonrientes horas de lectura a sus usuarios.

domingo, 11 de octubre de 2009

Alas





Durante más de veinte años, que se dice pronto, Leopoldo Lugones no ha tenido para mí existencia literaria alguna. Y esta circunstancia no varió ni siquiera después de asistir durante tres años a las clases de Literatura Hispanoamericana en la facultad de Letras de la Universidad de Murcia: jamás escuché su nombre o se me mencionaron sus obras mientras permanecí sentado en aquellos pupitres. Todo lo más, leí algunas anécdotas sobre él por propia iniciativa en ciertas páginas de Jorge Luis Borges, que no fueron suficientes para que me interesara por ninguno de sus libros.
Ahora, mi inefable amigo Pepe Colomer me regala el delicioso tomo Alas, que lleva el sello de la editorial valenciana Pre-Textos, y compruebo que Lugones es un autor al que adorna lo que podríamos llamar la exquisitez coyuntural. Es decir, que presenta adherencias muy fuertes de la corriente imperante, el Modernismo, pero que sabe extraer de ellas un aliento especial, diferenciador, único, que no es fácil advertir en otros seguidores del movimiento encabezado por el nicaragüense Rubén Darío, tan devastador y calcinante. Así, Leopoldo Lugones nos dirá en este libro dedicado a los pájaros que el grito del chingolo se asemeja a una “pizca de cristal” (p.27); o que una siesta “se entibia, lenta en una suave claridad de aceite” (p.40). También construye poemas tan juguetones y danzarines como “El zorzal” (pp.63-64); o desliza aquí y allá aliteraciones como la que se advierte en la página 44: “Tritura el vidrio del trino”.
Leopoldo Lugones, un auténtico experto en mezclas (de hecho, se suicidó en febrero de 1938 mezclando whisky y cianuro), combina lo más delicado de la tradición literaria con lo más aprovechable de las aportaciones del Modernismo, consiguiendo un cóctel de deliciosa factura, donde escuchamos los colores de los pájaros y nos habituamos a su algarabía de picoteos. Estas Alas que ahora nos ofrece Pre-Textos en edición exenta pertenecieron en su día al volumen El libro de los paisajes, publicado en 1917. Y se me antoja una buena manera de acceder a la obra del escritor argentino. Yo, de hecho, he entrado por esa puerta.