sábado, 8 de agosto de 2009

Afán de certidumbre



Hay muchos tipos de poesía, y todos tienen su segmento de público lector: la culturalista, la oscura, la ñoña, la ingeniosa, la melancólica, la comprometida, la experimental... A mí, desde hace años, sólo me dejan impresión duradera en el alma aquellos versos que, sea cual sea el ropaje que los cubre, brillan con la luz de la emoción. Eso le pido a la poesía: belleza emocionada. O emoción embellecida. Un pulso de sangre que, saliendo rojo del corazón, se vuelve negro de tinta en la mano de quien escribe. Y lo acabo de encontrar en otro libro: en el volumen lírico Afán de certidumbre, de José Cantabella. Hasta ahora, su producción se centraba en el mundo del relato breve, en el que había compuesto maravillas como Amores que matan (2003), Historias de Chacón (2005) y Llegarás a Recuerdo (2007). Y cuando sus lectores esperábamos una nueva entrega de cuentos, pensando que la secuencia de años impares así permitía deducirlo, nos sorprende con este poemario de breve estructura pero deliciosa técnica, en la que el autor murciano tiende su mirada y explora el mundo, en la más amplia extensión de la palabra: celebra el gozo de vivir, descubriendo en cada amanecer los matices de la felicidad posible (“El nuevo día”); ingresa en la metafísica con la lectura matutina de un periódico (“Noticia esperada”) o con el verbo final de un poema (“Dos hombres mirándose”); intenta establecer una difícil solución de consenso para conjugar los avariciosos territorios del amor y de la literatura, que tantas veces coliden entre sí (“Pacto”); compone sinfonías urbanas donde una tormenta acompaña a los seres humanos, en su paseo de cotidianidad y amor (“Lluvia”); retrata los clichés de una familia ‘típica’, de la cual busca distanciarse, por juzgar banales sus ritmos y sus rituales (“Familias”); nos entrega episodios de apariencia autobiográfica, como cuando se detiene a contarnos el reencuentro con un viejo docente, que lo martirizó de niño con su intransigencia nada pedagógica (“El maestro”); o, en fin, esculpe líneas en las que le comunica al mundo su eviterna pasión por Carolina, con quien comparte el sendero de vivir (“Celebración del amor eterno”).
Y todo esto con un lenguaje de limpia sencillez, donde los adjetivos, los sustantivos y los verbos están tan bien elegidos, tan escrupulosamente calculados, que no tienen necesidad de mancharse de retórica barata. José Cantabella hubiera hecho las delicias de aquel Juan Ramón Jiménez que le pedía a sus poemas “el nombre exacto de las cosas” o de aquel Antonio Machado que pretendía contar “lo que pasa en la calle”. Algunos reticentes podrían pensar que esa desnudez es falta de pericia o de capacidad; pero se equivocará quien así razone. Existen lenguajes líricos que precisan de una escritura y una lectura inocentes, y que sólo desde la inocencia entregan su tesoro. Aduciré un ejemplo cinematográfico: en la película Profesor Holland hay un instante en que Richard Dreyfuss le está contando a su esposa que, de joven, escuchó un disco de John Coltrane y no le gustó. Pero que, cuando lo escuchó por segunda, por tercera, por cuarta vez, fue descubriendo los pliegues de belleza que cobijaba. Y así se convenció de que John Coltrane era un genio, y que su música le llegaba al corazón.
La poesía (y éste es el gran descubrimiento de la modernidad, a la que José Cantabella pertenece) no necesita de la pirotecnia. Su misma pureza, si es real, sirve para construir el edificio del poema. Hay una música secreta dentro de los buenos versos, y el autor murciano la ha descubierto, para delicia de quienes lo leemos desde hace tiempo.
Y si a tales maravillas verbales le unimos el exquisito tratamiento visual que la pintora Francisca Fe Montoya le ha dado al poemario, adornándolo con imágenes de tan gran sencillez como poder evocador, el resultado global no puede ser tildado sino de excelente.

5 comentarios:

supersalvajuan dijo...

No me llega la sensibilidad para la poesía; he bebido demasiado vinagre en la vida. Pero dependerá del día, supongo.

rubencastillogallego dijo...

"Los bebedores de vinagre" sería un buen título para una novela, ¿no te parece?

François de Fronsac dijo...

Lo tengo ahí, en los libros pendientes, tu comentario apresura su lectura.

Leandro dijo...

En ocasiones, en muchas ocasiones, yo también necesito escuchar varias veces la misma canción, o leer muchas veces el mismo poema, para llegar a captar toda su belleza. Las primeras impresiones no siempre me valen. Supongo que será una cuestión de trabar conocimiento. O de coger confianza

Pilar dijo...

A tener en cuenta, apunto con devoción que puedo encontrar versos nuevos murcianos de escritores que ya me dicen mucho. Un abrazo a autor y reautor