sábado, 14 de marzo de 2009

Temporada de caza para el león negro





Golo no es un personaje cualquiera: no se quita de los pies sus deportivos Converse (que no obstante acabará perdiendo al final de la obra); es un pintor experimental e iconoclasta al que, curiosamente, no parece preocuparle en exceso su propia pintura; declara sin ambages que no cree en Dios; ladra cuando algo no le satisface o cuando quiere manifestar su oposición; duerme como un tronco a la mejor oportunidad que tiene (una vez estuvo tres días de forma ininterrumpida en esa tarea morfeica); es adicto a todo tipo de drogas; carece de cualquier sentido de la fidelidad; puede llegar a ser violento hasta unos extremos inauditos (sobre todo con los dientes); y, huérfano de límites que modulen su temperamento, acomete las acciones más inverosímiles (como inyectarle cocaína a Martínez, el gato de su vecina, del que se terminará deshaciendo en una bolsa de basura)... Pero quizá por la yuxtaposición de todas esas extravagancias, ejerce una seducción magnética sobre el narrador de la historia, un experto en el mundo del arte que se convertirá desde el principio en su amante.
Varias veces durante la obra nos dice que quería a Golo, pero que le resulta imposible dictaminar por qué. Probablemente sea por la atracción que el abismo suscita sobre algunos seres. Quién lo puede saber. Sus normas al respecto eran, hasta el día en que conoció a Golo, muy estrictas («Yo no me acuesto con imbéciles. Es mi única política», dice en la página 21; para luego matizar, casi sonriente: «Tampoco con personas de mala ortografía», página 36). Pero el irrefrenable Golo venció todos sus escrúpulos y puso su universo del revés. Si Adela, la hija menor de Bernarda Alba, decía que era capaz de hacer arrodillarse a un caballo con la fuerza de su dedo meñique, iguales facultades parece atesorar el excéntrico pintor, que se encuentra obsesionado por la idea de que morirá joven y que lo arrastra a escenas de una degradación inaudita, como la que rellena el capítulo 61: defecaciones en la alfombra, drogas por vía anal, etc.

Este proceso destructivo (y autodestructivo) está resumido por el joven narrador Tryno Maldonado en 99 secuencias que son como 99 fogonazos o como 99 dispositivas fosfóricas (aunque en realidad son menos, porque algunas están repetidas, íntegramente o con la diferencia de una sola frase: la 1-41-84; la 2-72; la 42-98; la 5-99; etc). La apuesta formal es arriesgada, pero el novelista mexicano la ejecuta con brío y con nervio fabulador, intercalando personajes secundarios que son todo un acierto (Nostalgic Zebra, Orlando); y demuestra que igual que las fotografías que nos traemos de un viaje pueden servir como mostración y resumen del mismo, estos apuntes desgarrados y volcánicos sobre la vida de Golo pueden servir para contarnos una historia densa, compleja y vibrante.

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