domingo, 18 de enero de 2009

La profecía del Louvre



Los best-sellers literarios generan a su alrededor una serie de filias y de fobias que, en la mayor parte de los casos, no deja razonar con claridad: unos los vituperan por el mero hecho de estar concebidos para vender; y otros los ensalzan y deifican hasta el punto de manifestar que, salvo ese tipo de obras, nada se les antoja apetecible en el mundo de los libros actuales. No andaba muy equivocado Ernest Hemingway cuando escribió aquello de que todo el que generaliza procede de forma injusta (aunque su propio juicio fuera tautológico).
Ahora, la escocesa Theresa Breslin acaba de lanzar su voluminosa novela La profecía del Louvre con el sello Almuzara (traducción de Eugenia Arrés), y la polémica se reactiva, porque uno de los personajes más importantes de la obra es el famoso profeta Michel de Nostradamus, quien en el último tercio del siglo XVI experimenta una revelación sobre el futuro del mundo y la consigna por escrito, depositándola en manos de Mélisande, la hija de un juglar, para que la ponga a salvo. Esta muchacha, que ha visto morir a su hermana Chantelle por culpa del conde de Ferignay y que sufre el dolor de ver cómo su padre es retenido contra su voluntad en la corte, ha de salir a los caminos de Francia con el objeto de huir del citado conde y proteger a toda costa su secreto. Durante su vagabundeo (salpicado de peligros, asechanzas, reveses y disfraces de todo tipo) conocerá a un atractivo joven llamado Melchior, dueño de un leopardo; aprenderá el arte de la confección de medicamentos, ungüentos y todo tipo de remedios curativos al lado de Giorgio; tendrá que fingir ser un muchacho y esconder su mandolina, para que no la asocien con la juglaresa fugitiva; conocerá el afecto y el amor en la persona de Thierry, un señor feudal que la trata con ternura; y tendrá que vérselas con la traición, la perfidia y el rencor de los personajes más insospechados, hasta que finalmente consigue entender cuál es el papel que debe desempeñar en la profecía que Nostradamus ha puesto en sus manos.La historia (cuyo final no dejará insatisfechos a los lectores) está narrada con elogiable fluidez, y se construye sobre una documentación minuciosa, donde el mundo europeo del siglo XVI, con sus conflictos religiosos y sus luchas de poder, está retratado con conocimiento de causa. Y, salvo el lapsus de decir que el profeta “había desecho las sábanas” (pág.188), el error terminológico de indicar que una hembra de leopardo está “embarazada” (pág. 391) y la presencia del espurio verbo “inflingir” (que se repite en las páginas 127, 337 y 442), todo lo demás de esta obra está tan suculentamente concebido como brillantemente expuesto. Disfrutarán con sus aventuras todos los amantes de la acción, de la novela histórica y de los misterios proféticos. No es un caudal pequeño, ni desdeñable, de usuarios.

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