domingo, 25 de enero de 2009

Blaze



Cuenta la mitología que Midas fue un rey de Frigia que, por su elevada hospitalidad con Sileno, obtuvo del dios Dioniso un singular don: transformar en oro todo lo que tocaba. Desde entonces, su nombre se ha convertido en sinónimo de “creación de riqueza”, y se aplica a aquellos que logran triunfar y que generan ganancias espectaculares en su actividad profesional. Stephen King es, desde luego, un Midas de la literatura. Nadie lo puede discutir. Sus novelas se venden por millones de ejemplares y de ellas se realizan adaptaciones cinematográficas que alcanzan el más arrollador de los éxitos (es imposible olvidarse de “El resplandor”, insuperablemente protagonizado por Jack Nicholson; o de “La milla verde”, con el no menos eficaz Tom Hanks). Pero lo que no sabe todo el mundo es que, durante unos años, Stephen King escribió novelas con varios seudónimos más o menos ingeniosos, porque sus editores entendían que estaba saturando el mercado y era necesario “descongestionarlo”. Así aparecieron las obras de Richard Bachman.
Ahora, el sello editorial Plaza & Janés ha publicado en España, gracias a la traducción de Javier Martos Angulo, la novela Blaze, de Bachman/King. En ella nos encontramos con un gigantón gordo y retrasado (Clayton Blaisdell) que lleva a cabo un secuestro: el del bebé del millonario Joseph Gerard III, por el cual solicita un rescate de un millón de dólares. El plan, en su origen, no ha salido de su cabeza, sino que ha sido concebido por George Rackley, un compinche que durante años ha acompañado como mentor a Blaisdell (a quienes todos llaman Blaze). El problema es que, fallecido Rackley, el pobre Blaze ha de ir improvisando sobre la marcha las directrices del plan... auxiliado por la voz de ultratumba de su amigo, al que cree seguir escuchando día tras día, con sus recriminaciones, insultos y consejos. Como es natural, la impericia descerebrada de Blaze irá provocando continuos desastres, que sembrará de fisuras el secuestro, hasta permitir que el FBI tome cartas en el asunto y precipite un final lleno de sangre y adrenalina.
La obra, contra lo que puedan pensar los amantes de los clichés, no es en absoluto mala: los personajes tienen un notable grado de complejidad biográfica y emocional; la acción está graduada con elegancia (aceleraciones y frenazos que el autor introduce con la sabiduría que da el oficio); la estructura narrativa del tomo es realmente buena (el manejo del flash-back es prodigioso); y el final, tal vez lo mejor de la novela, acelera el ritmo cardíaco de los lectores en cada línea, en cada párrafo, en cada página, hasta ponerlos al borde del colapso.
Que no busquen terror barato los lectores comodones, porque en este libro no lo hay. Y que quienes no frecuentan las novelas de Stephen King, por creerlo un mero escultor de truculencias, tengan la curiosidad de meterse en Blaze. Es muy probable que se lleven una agradable sorpresa.

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