lunes, 15 de diciembre de 2008

La sangre de los crucificados



Toquen las campanas (y toquen bien fuerte), porque tenemos novelista. Y no un novelista cualquiera, sino uno de gran vigor. Quédense con su nombre: Félix G. Modroño. Procuren no olvidarlo. Si los cauces editoriales funcionan como deben y el mundo de los lectores españoles no está definitivamente entontecido por las mil morrallas que le suministran narcóticamente los medios de comunicación, su nombre irá corriendo de boca a oreja, y se terminará convirtiendo en uno de los nombres más interesantes del panorama literario en nuestro país. Hay quien opina (lo sé) que los críticos no deberíamos decir este tipo de cosas, y que deberíamos limitarnos a redactar media docena de elogios (si el autor es novato) o tres elogios acompañados de coordinadas adversativas (si ya ha publicado más de un libro). Que lo último es ‘mojarse’. Pero qué quieren que les diga. No me apetece ponerme en ese plan. Tengo que aprovechar la coyuntura, porque cada vez encuentro menos motivos para lanzar cohetes cuando me enfrento a las novedades que ofrecen las librerías. Recuerdo que, allá por 1996, cogí la primera novela, gordísima, de un tal Juan Manuel de Prada, a quien no conocía entonces casi nadie. Y cuando terminé el libro publiqué una reseña a la que puse por título «Habemus papam»; dije en ella que Prada llegaría a lo más alto del panorama nacional... y los responsables del periódico en el que entonces estaba me miraron con gestos de estupor. Me dijeron que cómo me arriesgaba tanto; que fuese menos efusivo; que me limitara a los estereotipos al uso y que probablemente así me iría mejor. Al final, Prada terminó ganando el Planeta unos meses después; luego el premio Biblioteca Breve de Seix Barral; y todos los demás que ustedes sin duda conocen. Mi hipérbole se cumplió.
Ahora me ocurre algo parecido: creo que Félix G. Modroño ha comenzado una trayectoria que podría ser imparable. Su personaje de don Fernando de Zúñiga (un médico salmantino del siglo XVII, al que encomiendan resolver un enigma que ha costado sangre) tiene madera de perduración y podría convertirse sin mayores problemas en un personaje como el Alatriste revertiano: una figura sólida, llena de matices, cuyas aventuras están ampliamente documentadas desde el punto de vista histórico, gastronómico, indumentario y lingüístico, y que encandila a los lectores desde el mismo instante en que aparece en escena.¿Quieren ustedes saber por qué en el último cuarto del siglo XVII están apareciendo Cristos esculpidos con una impecable técnica, a la vez que aparecen cadáveres de personas cuyos rasgos coinciden con los de esas tallas? ¿Quieren saber cuál es el posible y misterioso origen de la figura del Cachorro sevillano (una de las figuras más veneradas de nuestra imaginería barroca)? ¿Quieren disfrutar con la prosa atrayente, magnética, subyugante y limpia de un novelista de verdad? Acudan entonces a La sangre de los crucificados, escrita por Félix G. Modroño y publicada por el sello Algaida. Y luego me cuentan.

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